Hay ocho directores en la empresa y cinco asistentes que se reparten las tareas de todos ellos. Eran las antiguas secretarias, aunque con el nuevo organigrama les cambiaron el nombre, para darle tal vez más empaque al puesto aunque los honorarios fueran los mismos.
De lo que se quejan es de que sus competencias van más allá de lo estipulado en su contrato. Que ninguna se amilana por tener que cuadrar las agendas de sus jefes no una, ni dos, ni tres sino cuatro o cinco veces en el mismo día, poniendo una reunión aquí y quitándola de allá, convocando a unos y desconvocando a otros, haciendo encaje de bolillos con las salas, mientras una dice que su jefe se acaba de marchar de viaje y que le es imposible acudir, aunque había confirmado su asistencia, y la otra que al suyo, aunque juró y perjuró que no habría ningún inconveniente, le han convocado a una reunión más urgente aún y le es del todo imposible cancelarla.
Tampoco se rasgan las vestiduras cuando tienen que buscar los billetes de avión más baratos, los hoteles más pintorescos y los restaurantes más discretos con estrellas Michelin, ni cuando después de tenerlo todo atado y bien atado tienen que anularlo y comenzar de nuevo a reservar con otras fechas y a nombres distintos.
Y ahí siguen como jabatas sin rechistar organizando eventos con la prensa, videoconferencias con otros países y contestando correos a horas intempestivas desde sus casas, sin despistarse para que cuadre la liquidación y coincida hasta el último céntimo de los gastos presentados cuando faltan la mitad de los tiques, mientras sacan horas de donde no hay para hacer fotocopias, diseñar powerpoints y redactar actas e informes.
Y por si no fuera suficiente, ahí están, haciendo recados personales para sus jefes: pidiendo hora en la peluquería canina, anulando la cita del urólogo, solicitando una entrevista con el tutor del colegio, contratando a un payaso para la fiesta de cumpleaños, concertando en el taller la revisión del coche y pidiendo presupuestos de colchones y endodoncias.
Ahora que cuando se echan a temblar es cuando tienen que comprar flores para el aniversario de boda, entradas para el teatro y hacer la reserva para una cena romántica, porque saben que en esa noche no se libran de hacer de canguro de la suegra.