Un paseo por las calles de nuestras ciudades nos permite descubrir la tristeza, ansiedad y angustia en el rostro de muchas personas. El olvido de Dios y las dificultades de la vida favorecen el vacío interior, incapacitan para abrirse al misterio e impiden la comunicación con Él. Además, bastantes hermanos se sienten desencantados ante una sociedad que les plantea muchas dificultades para abrirse a la trascendencia.
Sin ser conscientes de ello, muchas personas viven hoy convencidas de que la razón y la técnica permitirán al hombre dominar el mundo, explicar los secretos de la existencia y alcanzar la total liberación. Estos hermanos olvidan que el ser humano nunca podrá dominar su origen ni su último destino sin abrirse al misterio.
Cuando nos ponemos ante la Palabra de Dios, descubrimos muchas enseñanzas en las que Jesús nos recuerda que no podemos reducirlo todo a la razón. El Señor nos invita a situarnos ante el misterio del Padre, que nos ama con amor incondicional, nos acoge como hijos queridos, nos perdona los pecados y nos invita a vivir como hermanos.
Como consecuencia de su cerrazón al misterio de Dios, uno de los mayores problemas del ser humano, en este momento de la historia, está en la incapacidad de dialogar con Él. Al fallar esta relación con el Padre Dios, el ser humano experimenta la orfandad, no se entiende a sí mismo y no puede experimentar el gozo de relacionarse con sus semejantes como verdaderos hermanos.
Por otra parte, teniendo en cuenta las reflexiones de los expertos, otro de los problemas más preocupantes del hombre de hoy está en la falta de referentes. La secularización progresiva de la sociedad y los medios de comunicación social han conducido a muchos hermanos a la banalización de la existencia y a la pérdida de referentes morales. Como consecuencia de ello, bastantes padres y educadores no tienen razones ni motivaciones para dejar a sus hijos o educandos una referencia espiritual para sus vidas.
Algunos educadores, padres o profesores, no tienen experiencias religiosas para fundamentar su vida ni saben a quién acudir para darle verdadero sentido y orientación. Todo queda sometido a los cambios constantes de la moda o a los gustos sociales de cada momento histórico. Con el paso del tiempo, esto conduce a pensar y actuar sin criterios propios, con una personalidad prestada, y con unos comportamientos, cuyo único alimento son los criterios culturales y sociales.
En medio de tanta confusión, es preciso que reaccionemos para ver la realidad y para comprender nuestra existencia desde la verdad. Necesitamos descubrir las necesidades más profundas de nuestro ser y escuchar la voz del Padre para que nos ilumine en la búsqueda de soluciones. En la oración, podremos pedirle que nos muestre el rostro de su Hijo y nos recuerde que también nosotros somos sus hijos muy amados.
Con mi bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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