Después de la muerte del Maestro, los discípulos experimentan una profunda tristeza. Sus proyectos se vienen por tierra y sus esperanzas se han apagado. Jesús ha desaparecido de la convivencia diaria y, como consecuencia de ello, cada uno busca rehacer su vida. No habían entendido que debía morir para entrar en su gloria.
En medio de la tristeza y la desesperanza, algunas mujeres y un grupo de discípulos, que estaban convencidos del cumplimiento de las palabras del Maestro, fueron encontrados por Él. Las experiencias de estos encuentros les dan paz, les devuelven la alegría y les permiten renovar la fe en el Resucitado y en el cumplimiento de las Escrituras.
Algunos, como los de Emaús, no podían dejar de pensar en Jesús. Hablan de Él por el camino, pero no son capaces de reconocerle cuando se acerca a ellos. Han escuchado cada día sus enseñanzas, pero no les sirve de nada. Les falta lo único que puede levantar su esperanza y hacer arder su corazón: el encuentro personal con Jesús.
Hoy, muchos cristianos hemos oído hablar de Jesucristo y de su resurrección de entre los muertos. Incluso confesamos su resurrección, cuando recitamos el Credo, pero no estamos verdaderamente convencidos de ello. Al menos, la indiferencia religiosa, el desencanto y la rutina de bastantes hermanos no son signo de confianza y esperanza en el Resucitado, en el Dios que vive para siempre.
Pienso que, en medio de las muchas actividades y proyectos personales, nos falta la experiencia del encuentro con el Viviente. Para recuperar la fe en Él, además de contemplar el testimonio creyente de tantos discípulos de ayer y de hoy, necesitamos escuchar y meditar la Palabra de Dios y concretar su estilo de vida.
Al mismo tiempo, hemos de descubrirle vivo y presente en nuestras Eucaristías y en los restantes sacramentos. El Señor resucitado es quien las preside, nos regala su Palabra, nos entrega su Cuerpo y Sangre, para que experimentemos su presencia permanente en medio nosotros. En cada Eucaristía, Cristo camina con nosotros y sale a nuestro encuentro para renovar nuestra esperanza y fortalecer las rodillas vacilantes.
Los discípulos de Emaús, desconsolados y desanimados, una vez que escuchan la explicación de las Escrituras y se reúnen con el Resucitado para la fracción del pan, descubren que alguien alimenta su existencia, les da fuerza para el camino, les transforma el corazón y los pone en camino para compartir la alegría con los hermanos.
A partir de aquí, tendríamos que preguntarnos: ¿La experiencia del encuentro con el Resucitado en la Eucaristía, nos impulsa a recorrer el camino con los hermanos ofreciéndoles su amor y compasión? ¿Ese encuentro con el Dios vivo renueva nuestra fe y nos impulsa a descubrirlo presente y necesitado en los marginados de la sociedad?
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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