El papa Francisco nos convoca a todos los cristianos y a las personas de buena voluntad a celebrar la Jornada Mundial de los Pobres, el próximo día 18 de diciembre. Es una buena ocasión para reflexionar sobre la realidad de los pobres entre nosotros, para orar por la solución de sus problemas, para renovar nuestra solidaridad con ellos y para mostrarles el amor preferencial de Jesús hacia ellos con nuestras obras y palabras.
El lema elegido para la celebración de esta Jornada, “Este pobre gritó al Señor y lo escuchó” (Sal 34, 7), nos recuerda que Dios escucha y responde siempre a quienes le gritan, ofreciendo a todos curación y sanación de sus dolencias físicas y espirituales. Dios acude siempre en ayuda del marginado y despreciado para restituir la justicia conculcada y para animarle a reemprender la vida con dignidad.
En un mundo en el que se venera a los poderosos, se presta culto al dinero y se aplaude a quienes poseen abundantes bienes materiales, considerando a los pobres como un desecho o una vergüenza, los cristianos y todo el que tenga sentimientos humanos, imitando a Jesucristo, no podemos mirar para otro lado ni cerrar el oído al grito de quienes reclaman justicia desde su pobreza y desde su dignidad pisoteada.
La superación de la marginación de tantos empobrecidos no depende tanto de las buenas palabras, sino de la presencia cercana de quienes se consideran sus hermanos y están dispuestos a preocuparse por su situación. En medio de la oscuridad y desesperanza en la que se encuentran millones de personas en el mundo, Dios quiere servirse de nosotros para mostrarles su cercanía, amor y salvación.
Solamente si nos acercamos con respeto y veneración a los necesitados y empobrecidos para compartir la amistad con ellos y para escuchar sus lamentos, podremos llegar a tocar la carne de Cristo en cada uno y estaremos en condiciones de reconocer la “fuerza salvífica de sus vidas para ponerlos en el centro del camino de la Iglesia”.
Cuando nos acercamos a los pobres, escuchamos sus sufrimientos y comprobamos la injusticia de su situación, ellos se convierten en nuestros evangelizadores y nos invitan a la conversión del corazón. Con la narración de sus vidas nos hacen ver que la pobreza no es el fruto del azar ni algo inherente a la condición humana, sino que está provocada por nuestros egoísmo, avaricia e injusticia.
Con sentimientos de compasión y misericordia ante el sufrimiento de quienes sufren marginación y necesidad, en esta Jornada os invito a todos los diocesanos a seguir ofreciendo vuestra colaboración económica a favor de los necesitados y a descubrir qué es lo que podemos hacer “con” ellos. Aprovechemos este día en todas las parroquias y comunidades cristianas para escuchar el sufrimiento de los pobres, para abrir el corazón a sus miserias y para dejarnos evangelizar por ellos.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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