Durante el tiempo litúrgico del Adviento, la Iglesia nos presenta ala Santísima Virgen como la mujer de la espera y de la esperanza. Confiada en el cumplimiento de las promesas de Dios y acogiendo en su corazón el anuncio del ángel, María se sabe elegida, desde toda la eternidad, para engendrar al Hijo de Dios y para mostrarlo, después de su nacimiento, a todos los pueblos dela tierra como el único Salvador de los hombres.
En nuestro mundo observamos cada día que no faltan ambigüedades, mentiras y confusionismo. Como consecuencia de ello, mucho shermanos viven aturdidos y muestran miedo y desconfianza ante el futuro. En esta nueva realidad tendríamos que preguntarnos: ¿Tenemos claro el camino que hemos de recorrer? ¿Nuestro camino tiene alguna meta definida o, por el contrario, nos dejamos guiar por quienes desde distintas ideologías quieren marcarnos la ruta que cada uno deberíamos recorrer? Cuando nos dejamos conducir por las ideologías del momento y no hacemos un discernimiento sereno y clarificador sobre el sentido de nuestra existencia en el mundo, corremos el riesgo de caer en el desánimo y de perder la esperanza ante el futuro. Si esto sucediese, podríamos llegar a experimentar la frustración y la tristeza. Y,como consecuencia de ello, terminaríamos centrados en la búsqueda de los propios intereses, prescindiendo de Dios y de los hermanos.
María, que proclama llena de gozo las maravillas que Dios ha realizado en su vida, os presenta a su Hijo como la causa de nuestra esperanza para ayudarnos así a encontrarnos con nosotros mismos y para abrir nuestro corazón a las necesidades y debilidades de nuestros semejantes.María, portando a Jesús en su seno y acompañando después su misión en este mundo, derrama en quienes entran en relación con Ella una esperanza tan profunda, que les permite esperar siempre a pesar de las dificultades.
La indiferencia religiosa y el alejamiento de Dios son verdaderos obstáculos para que bastantes personas puedan encontrar el verdadero sentido de la existencia y descubrir respuestas objetivas a los grandes interrogantes del corazón humano. Por eso, para no caer en la desesperanza, que es una de las enfermedades más graves que puede afectar al corazón humano y al mundo, es preciso que tomemos conciencia de nuestros vacíos y encontremos tiempo para escuchar al Dios, que desea compartir nuestra existencia en todo, menos en el pecado, para regalarnos su salvación.
Sólo el Dios, manifestado en la humildad y en la pobreza del Niño nacido en Belén del seno de María, puede ofrecernos la verdadera alegría, la esperanza duradera y la confianza en el más allá de esta existencia terrena. Si no le llevamos con alegría en nuestro corazón, no tendremos verdadera esperanza ni estaremos en condiciones de ayudar a otros a vivir con alegría y esperanza.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz tiempo de Adviento.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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