La obra que comentamos se inspira en un hecho real. En la madrugada del 1 al 2 de marzo de 1978 el mecánico polaco Roman J. Wardas y el también emigrante búlgaro Gandscho Ganev robaron del cementerio de la pequeña localidad suiza de Corsier-sur-Vevey, cerca de Lausanne, el ataúd con el cadáver de Charly Chaplin con el objeto, al parecer, de pedir un “rescate” a la viuda residente a la sazón en el país alpino.
Sobre el telón de fondo de este rocambolesco episodio teje Manuel Benito una comedia de tintes surrealistas, para llevarnos a una reflexión sobre el candente problema de la inmigración, al establecer subrepticiamente un paralelismo entre la precaria situación de los inmigrantes que en la actualidad arriban a nuestras costas con los españoles que, en la época del macabro suceso, padecían el exilio y la marginalidad en los países de acogida centroeuropeos a los que se desplazaban en busca de un trabajo que les permitiera aspirar a un futuro mejor -a veces, un “futuro” a secas- para ellos y para sus familias. La elección de los Chaplin como objeto del chantaje, también inmigrantes -aunque millonarios- en Suiza, amplía el margen de la denuncia; y es que el racismo y la xenofobia no entienden de estatus ni de condición social.
El patrón de desarrollo de la acción dramática, con escenas alternas que nos remiten consecutivamente a las peripecias de los ladrones del cadáver de Charlot cambiando permanentemente de ubicación para huir de la policía, a las sucesivas visitas de Oona a la comisaría para interesarse por la investigación y a las llamadas desde una cabina telefónica al domicilio de los Chaplin, termina por resultar reiterativo y transmite una cierta sensación de estatismo. Asimismo, y aunque enriquece el rango del conflicto dotándolo de una dimensión política e ideológica, me resulta un tanto artificioso el recurso al inconfesable pasado nazi del comisario como elemento catalizador de la acción y como desencadenante del inesperado y novelesco desenlace.
Hacia el final de la obra hay una escena particularmente tierna, luminosa y de alto vuelo poético que redime a la trama del excesivo lastre de lo episódico despertando entre los espectadores una corriente de cordialidad y comprensión hacia los protagonistas. En la soledad de una estación abandonada, bajo el frío inclemente de la noche, eufóricos por los efluvios del alcohol y por la perspectiva de éxito de su empresa, mientras de fondo se oye la evocadora melodía de Candilejas, Roman y Gandscho hacen una torpe parodia del actor cuya tumba han profanado, se sinceran el uno con el otro, ríen satisfechos y confiados en que por fin la suerte les ha acompañado y van a poder hacer realidad sus sueños. Se trata de un cuadro de corte esperpéntico chaplinesco de hondo lirismo y cuando Roman, agotado por las emociones del día se queda dormido sobre el banco se disparan las alarmas y uno llega a pensar con angustia si más que dormido no estará realmente muerto de frío, como Max Estrella, y el desenlace de la pieza no adquirirá tintes verdaderamente dramáticos.
La banda sonora, la tenue iluminación de la escena, los rótulos y la entonación en la gama de grises del vestuario nos retrotrae al blanco y negro de las películas del cine mudo de la primera época de Chaplin. Respecto a los personajes, Gandscho y Roman (Jacobo Muñoz y Guillermo G. López) recuerdan, a veces, a sus homólogos “XX” y “AA” de Los emigrados de Slawomir Mrozek. Son dos almas cándidas embarcadas en una aventura descabellada que desde el principio se adivina condenada al fracaso. Más impulsivo y atolondrado el primero, más tímido, reflexivo y con más escrúpulos de conciencia el segundo; su común empeño hace que entre ellos se termine desarrollando una suerte de camaradería, casi podría decirse de hermandad en el infortunio. Contrasta con su debilidad y torpeza la postura inflexible y la determinación de Oona Chaplin (Cristina Palomo), una anciana correcta y atildada, segura de sí misma un punto displicente y socarrona que se las tiene tiesas con el inspector de policía (Felipe Andrés) un personajillo engreído e insignificante de aspecto enclenque, cruce del Sherlock Holmes y del Monsieur Hulot de las películas de Jacques Tati.
Gordon Craig, 09-I-2019
Ficha técnico artística:
Autor: Manuel Benito.
Con: Jacobo Muñoz, Guillermo G. López, Cristina Palomo y Felipe Andrés.
Vestuario y ambientación: Teresa Valentín-Gamazo.
Espacio escénico y dirección: Juan Pastor.
Madrid. Teatro de la Guindalera
Del 6 al 27 de enero de 2019