Los cristianos, como hijos de Dios, debemos dejarnos guiar por la acción del Espíritu Santo y por el mandamiento del amor. Cuando olvidamos esto, pensando que es posible utilizar a las personas y a la naturaleza según nuestros deseos, nos destruimos a nosotros mismos, dañamos a los hermanos y a la misma creación. En ocasiones, con nuestros comportamientos y actuaciones, podemos incluso violar los límites que nuestra condición humana y la misma naturaleza nos exigen respetar.
Al perder de vista el horizonte de la Pascua, en la que estamos inmersos por el bautismo, el deseo de tener cada día más bienes y más cosas, sin pensar en los otros, termina por imponerse. Es más, la ruptura de la comunión con Dios daña también la armonía existente entre los seres humanos y la misma naturaleza en la que vivimos. La soberbia nos lleva a olvidar el proyecto del Creador sobre la creación y a pensar que somos dueños absolutos de la misma en detrimento de las demás criaturas. El olvido de Dios y el desprecio de la dignidad de cada ser humano favorece que, con el paso del tiempo, la ley del más fuerte prevalezca sobre el más débil y la explotación del medio ambiente se considere como un derecho, fruto de los propios deseos.
El itinerario cuaresmal, camino hacia la Pascua, pide de nosotros un cambio interior por medio del arrepentimiento, la conversión de nuestros pecados y la acogida del perdón de Dios para vivir como criaturas nuevas. En esta actitud de conversión, el cuidado de Dios que da tiempo a que demos fruto: déjala todavía este año; yo cavaré alrededor…, a ver si da fruto. no deberíamos olvidar que toda la creación está también llamada a salir junto con nosotros “de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”.
Para avanzar en la conversión, la Iglesia nos invita a practicar la oración, el ayuno y la limosna. El papa Francisco, en el mensaje con ocasión de la Cuaresma, señala que el ayuno debe ayudarnos a cambiar nuestra actitud con los demás y con la naturaleza, dejando de buscar solo el propio interés. La oración nos exige renunciar a la autosuficiencia para asumir que estamos necesitados de Dios y de los hermanos. La práctica de la limosna nos recuerda que hemos de superar el deseo de acumular bienes para nosotros mismos, pensando que así aseguramos un futuro que no nos pertenece.
Pidamos a Dios que nos ayude a seguir recorriendo el camino de la conversión abandonando el egoísmo, descubriendo el proyecto de Dios sobre la creación y compartiendo nuestros bienes materiales y espirituales con los más necesitados. Así podremos experimentar la verdadera libertad de los hijos de Dios y participar en el gozo de la Pascua.
Con mi sincero afecto, feliz tiempo cuaresmal.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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