Rhumans es la tercera parte de una trilogía (las anteriores piezas llevaban por título Rhum y Rühmia ) dedicada a homenajear al mítico clown italiano Enrico Jacinto Sprocani, alias “Ruhm” (1904-1953), considerado uno de los más grandes de su época como encarnación de la figura del “Augusto” y que compartió escenario con los no menos famosos “carablancas” de la época, Dario y Bario, Porto o Pipo Sosman.
El espectáculo constituye una reflexión sobre el mundo del payaso y su significación en la sociedad actual, colonizada por el audiovisual, las redes sociales y los dispositivos móviles de tecnología digital y se configura a partir de las opiniones de ciudadanos corrientes recogidas en encuestas a pie de calle que se van proyectando durante la representación, algunas ciertamente sorprendentes y adversas, como la de que el payaso no es sino un actor fracasado, de que su trabajo no interesa a nadie o de que son un anacronismo, una antigualla extraída del baúl de los recuerdos.
Se trata de un viaje a los orígenes. Y ya desde la primera escena, con la aparición de Roger Julià en pañales, como un recién nacido que buscara su lugar en el universo circense o en la simplificación del vestuario y caracterización -lejos de los vestidos de lentejuelas o colorines y los zapatones y narizotas al uso- percibimos que el espectáculo parece ir en la línea de buscar la pureza, la esencia de la comicidad clownesca basada en los chistes – a veces de trazo grueso-, en la sorpresa o el malentendido de una interacción verbal que roza lo absurdo, en la acción fallida, pero, sobre todo, en un riguroso control del gesto y del movimiento caracterizados ambos por la exigencia bergsoniana de “lo mecánico superpuesto a lo vivo”. (“Las actitudes, gestos y movimientos del cuerpo humano son irrisorios en la exacta medida en que este cuerpo nos hace pensar en una simple mecánica”). Pues bien en el dominio de esa mecánica, a través de una depurada técnica actoral es donde radica el valor de este espectáculo entre nostálgico y gamberro y que desprende un raro aroma decadente y poético que cautivó a los espectadores.
Con un armazón musical muy consistente, obra de Pep Pascual, un ritmo endiablado con constantes carreras, entradas y salidas -y hasta un breve guiño al transformismo a cargo Joan Arqué, conductor del espectáculo-, la pieza combina números y gags tradicionales con creaciones nuevas, como la del “payaso en casa”, con instrucciones de uso y distintos grados de aplicación para “combatir diferentes grados de intensidad de estrés”. Espléndidos son también la parodia de una vedette de cabaret con “cuatro piernas” de Mauro Paganini o la hilarante escena del “tonto” (Roger Juliá) a quien el escarmentado Piero Steiner pretende endosar todas las bofetadas que ha recibido del “carablanca” de turno; por no mencionar otro típico número circense, el del desmañado ilusionista (Roger Juliá, de nuevo) al que se le descubren todos los trucos y que manifiesta no menos impericia como mentalista, incapaz de hipnotizar, pese a recurrir a todos los métodos imaginables, a un paciente voluntario del público.
Un espectáculo, en fin, divertido, tierno, poético, de resonancias circenses que nos retrotrae a la niñez y a un mundo de recuerdos y de sueños donde todo parecía más artesanal, más verdadero, más auténtico, rodeado de magia y de misterio; un espectáculo que nos invita a mirar la realidad con ojos nuevos, que ironiza sobre cómo solemnizamos nuestras pequeñas querellas y sinsabores de la vida cotidiana haciendo una montaña de un grano de arena y que nos reta a no tomarnos tan en serio y a reírnos un poco de nosotros mismos.
Gordon Craig, 13-V-2019.
Ficha técnico artística:
Autor: Rhum & Cia y Jordi Aspa..
Con: Joan Arqué, Roger Juliá, Piero Steiner, Pep Pascual y Mauro Paganini.
Música: Pep Pascual y Mauro Paganini.
Dirección Musical: Pep Pascual.
Escenografía: Rhum & cia. Adriá Pinar y Víctor Peralta.
Dirtección: Jordi Aspa.
Madrid. Teatro de la Abadía.
Hasta el 18 de mayo de 2019.