viernes , 22 noviembre 2024

‘Silencio’, de Juan Mayorga: “La esperanza en la palabra”

El pasado domingo día 19 el dramaturgo y doctor en filosofía Juan Mayorga (Madrid 1965) tomó posesión de su plaza en la Real Academia Española con el discurso  titulado Silencio al que respondió con el preceptivo discurso de bienvenida en nombre de la corporación la académica de numero, escritora y traductora Clara Janés.  Mayorga fue elegido el 12 de abril de 2018 para ocupar la vacante (el sillón “M”) dejada por el académico, poeta y estudioso de la poesía Carlos Bousoño, fallecido en octubre de 2015.

Clara Janés en su discurso de bienvenida a Juan Mayorga

Más que con un frío y pausado discurso leído al uso, Mayorga nos obsequió con una vibrante pieza de oratoria académica revestida de teatralidad que encandiló al público que abarrotaba el salón de plenos de la docta casa. Tras un inicio fulgurante la sala ya estaba rendida a su afabilidad y cercanía y al poderoso ascendiente de su magisterio. “Llego con gratitud y ganas de faena, trayendo conmigo lo que he recibido de un arte que  me ha educado en la escucha. (…) Enfermo de teatro -continuó –, vivo pendiente de lo que las personas hacen con las palabras y de lo que las palabras hacen con las personas …”. Y como por ensalmo, todos nos contagiamos de esa misma “enfermedad”, al contacto con sus sabias y meditadas palabras, dictadas tanto por el intelecto como por la pasión. Y ya no hubo manera de sustraerse a la fascinación de su verbo acendrado hasta ese ocurrente “Sancho me avisa de que debo cerrar el pico” traído a colación a raíz una cita del Quijote, en la que se relata un chusco episodio en Sierra Morena protagonizado por el sufrido escudero, de proverbial facundia, incapaz de soportar el largo mutismo que su caballero le ha impuesto. 

A un breve exordio para mostrar agradecimiento a sus maestros y mentores y al latido del lenguaje de la calle, del que declara tributaria su escritura, siguió la obligada “laudatio”, una concisa y emotiva loa dedicada a glosar la personalidad literaria y humana del poeta Carlos Bousoño, su predecesor en el puesto. Su poesía –afirmó- es “pensamiento cantado” y “está encendida por la conciencia de la muerte pero también por la alegría de existir”, destacando su capacidad para adaptar el ritmo de su poesía al ritmo del pensamiento; “un ritmo, el del pensar, que -añadió Mayorga- penetra en una realidad más allá de las apariencias y de la cual sólo puede hacerse cargo un lenguaje visionario”.

Juan Mayorga en su discurso de ingreso en la RAE

Un ingenioso quiebro en el discurso le sirve para introducir el tema de su alocución. El recuerdo emocionado de Bousoño, ya desaparecido, trabajando acaso en alguna sala de estudio de la “Casa de las palabras” (“De ellas es la casa, de las palabras. Sólo ellas no están de paso”, –apostilló-) le hace preguntarse precisamente, si hay para el teatro alguna palabra más importante que cualquier otra. “Me pregunto cuál es la última (palabra) a la que, para hacer teatro querría renunciar”. Obviamente es la palabra “silencio”. Y ahí comienza a abordar el objeto de su disertación. El silencio frente al ruido mediático. El silencio en la Antártida, en universos tridimensionales (¡); el silencio en la celda de los místicos. El silencio impuesto, (a los niños, a los desheredados; por las dictaduras, …); el silencio prudente, el silencio cobarde, el silencio cómplice y el silencio necesario para la verdadera escucha de las palabras de los demás; pero también para decir las propias, como elemento estructurante fundamental del discurso, ”cuya arquitectura, atractivo e incluso sentido dependen en buena parte del saber callar”.

Ahora bien, si el silencio es parte de la lengua, lo es, y determinante, del lenguaje teatral, no sólo por lo que respecta al régimen de pausas, “blancos”, transiciones y demás elementos de la técnica del actor (y aquí su gusto por la síntesis y la frase lapidaria nos dejó perlas como esta: “El actor puede abrir en el cuerpo de una frase o entre dos frases un espacio en que cabe un mundo”), sino porque “el teatro, arte del conflicto, encuentra en <<silencio>> la más conflictiva de sus palabras, esa que puede enfrentarse a todas las demás”,  al punto de que el teatro y su historia pueden pensarse y relatarse atendiendo al combate entre la voz y su silencio, ya que “cuando un actor pronuncia palabras, no sólo nos ofrece lo que estas significan, sino, también y antes, el hablar mismo.”

 Asentada esta nueva dimensión del análisis fundada en la dicotomía básica hablar/callar en el escenario, Mayorga nos ofreció compartir su “memoria de silencios”, sus experiencias como espectador y como el lúcido lector que es, y hermeneuta, de los autores y textos cimeros de la literatura dramática. Y ahí, con fascinación creciente, fuimos instruidos en el silencio de Tiresias ante Edipo, en el de Hipólito ante Teseo;  en la rebeldía de Antígona, pregonando lo que ha hecho y desafiando con ello, a riesgo de su vida, a la voz del tirano. El de Níobe, al ver sin vida a sus hijos, “un callar, que expresa -apostilló Mayorga- un dolor indecible, como el de Madre Coraje”.  Y a Bernarda Alba imponiendo silencio a sus hijas tras la muerte de Adela. “Un silencio de sangre, un silencio antiguo que viene de la vieja tragedia.”

Un recorrido que parece inagotable nos lleva también a Calderón, y los “grandes silencios hablados” en los apartes de La vida es sueño, ese artífico retórico tan caro  los dramaturgos barrocos, “apartes, durante los cuales la acción se concentra en la conciencia del personaje que al mismo tiempo calla y habla”. A la “expropiación de la palabra por el poder” en Woyzeck; al silencio de Cristo ante el Gran Inquisidor, de Los hermanos Karamazov, de Dostoievski; a lo que calla Chejov en sus dramas y lo que callan los personajes chejovianos o, en fin, last but not least, al teatro beckettiano “poblado de seres silentes o de charlatanes que nada dicen.”

Vídeo completo del ingreso en la RAE de Juan Mayorga (Vídeo de la RAE)

Pero vayamos terminando. El simple recuento de citas de los autores mencionados con la escueta referencia a las apostillas, juicios y valoraciones de Mayorga no agota en absoluto el sugerente, enjundioso y pormenorizado análisis de su alocución. Porque quien peroraba ante el atento auditorio bajo la luz velazqueña filtrada por los monumentales vitrales de la “Poesía” y la “Elocuencia” que flanquean el escenario del vetusto salón de actos de la Real Academia, no era sólo un dramaturgo -y de muy aquilatado y reconocido talento- y un lúcido analista de la mejor literatura dramática, sino un pensador, un genuino intérprete de la realidad de su tiempo, de las dudas, incertidumbres y miedos que nos acechan, y que con otros ropajes son las mismas que han acechado al hombre desde la antigüedad y a cuyo esclarecimiento ha dedicado su obra. Un pensador que,  pese a las dudas y nubarrones que nos ha traído la modernidad, que en el dominio concreto del teatro se concretan en “la brecha abierta entre el ser humano y su palabra”, en los “límites invencibles de los personajes para expresar lo que piensan, sienten o desean”, en la desconfianza beckettiana en el lenguaje, nos ha devuelto la esperanza en la palabra.

Gordon Craig, 23-V-2019.

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