El pasado lunes 20 de mayo, el papa Francisco pronunció un importante discurso a los obispos italianos, en el aula del Sínodo. En su intervención el Santo Padre se refirió especialmente a las relaciones obispos-presbíteros, a los procesos matrimoniales y a la sinodalidad.
Al referirse a la sinodalidad, el Papa subrayó una vez más que ésta, como dimensión constitutiva del ser y de la misión de la Iglesia, nos indica no sólo su modo de vivir y de actuar, sino que señala también el camino que todas las comunidades cristianas deberían recorrer para ser fieles a las enseñanzas del Maestro.
La sinodalidad eclesial nos exige a todos los miembros del Pueblo de Dios, sacerdotes, religiosos y cristianos laicos, caminar juntos y reunirnos en asamblea como hijos de un mismo Padre para pedir su ayuda, para reflexionar en comunión con los hermanos sobre los proyectos pastorales que el Señor nos invita a asumir ante la realidad de increencia y de indiferencia religiosa que detectamos en muchos bautizados.
Una Iglesia que practica la sinodalidad goza de buena salud, porque actúa según el deseo de Jesucristo. Por el contrario, una Iglesia en la que sus miembros se niegan a escuchar a los demás hermanos o se comportan con criterios individualistas, olvidando que forman parte de una comunidad de redimidos, con el paso del tiempo se ahoga, cae en la rutina y no es sacramento de salvación para el mundo.
La puesta en acción del camino sinodal, de un camino recorrido desde la comunión fraterna entre todos los bautizados, es imprescindible para un nuevo impulso misionero de la Iglesia, en el que todos los miembros del Pueblo de Dios se sientan partícipes y corresponsables de su misión evangelizadora. En la Iglesia, familia de los hijos de Dios, es un contrasentido que unos pocos pretendan hacerlo todo y muchos no hagan nada.
La celebración del Sínodo diocesano, ante todo tiene que ayudarnos a todos los bautizados a descubrir la propia vocación, a dar gracias a Dios por ella y a vivirla en comunión con los restantes miembros de la comunidad cristiana, desde la fidelidad a las enseñanzas evangélicas y desde la convicción de que el Señor, mediante la actuación del Espíritu Santo, camina con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos. El Sínodo diocesano, que es la máxima expresión de la sinodalidad en la Iglesia particular, dará abundantes frutos si todos nos abrimos a la acción del Espíritu Santo. Sólo cuando acogemos sus dones y nos abrimos a su acción fecunda, podemos superar el miedo ante lo desconocido, descubrir las principales opciones a tomar en el impulso de la evangelización y asumir la totalidad de la existencia como una misión.
Con mi sincero afecto y estima, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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