viernes , 22 noviembre 2024

“Tres sombreros de copa”. De: Miguel Mihura. Juguete cómico inofensivo y limpio de intenciones.

Mihura es un autor de referencia de la dramaturgia de posguerra e impulsor, junto a Jardiel Poncela, de la renovación del humor en el teatro español de mitad del siglo XX. Injustamente olvidado durante décadas, es a partir de la celebración de su centenario cuando sus obras comienzan de nuevo a subir a los escenarios, con varia fortuna, por cierto; desde los acartonados montajes de Pérez Puig o Mara Recatero de Tres sombreros de copa y Melocotón en almíbar, de 2005 (“trabajos de pura arqueología”, escribíamos entonces acerca de estos espectáculos), hasta la espléndida versión cinematográfica de Ninette y un señor de Murcia que hizo por esas mismas fechas José Luis Garci, o el posterior Las visitas debería estar prohibidas por el código penal (2007), brillantísimo trabajo de Ernesto Caballero e Ignacio del Moral sobre textos varios del autor.

Tres sombreros de copa es una comedia ligera, agridulce y alocada (rasgo, este último, que el montaje de Natalia Menéndez potencia hasta convertirlo en su carácter definitorio) en la que se revela el peculiar universo poético de Mihura, cuyos ingredientes más destacados son su inconformismo y su beligerancia contra el tópico, los convencionalismos y otras taras sociales como  la hipocresía, la pedantería o la vulgaridad que atenazan al individuo y le impiden ser feliz.

                La acción de Tres sombreros de copa transcurre en una sola noche, precisamente la víspera de la boda del protagonista. Dionisio ha vivido hasta ahora inmerso en un mundo convencional y mediocre, en el que va a quedar definitivamente encerrado tras su matrimonio. Pero, inopinadamente, se cruza en su camino Paula, miembro de una troupe de vedetes que está de paso por la ciudad y a lo largo de una tan intensa como insólita velada a su lado va a descubrir otro mundo, otra vida que desconocía por completo: la pasión, la aventura, la libertad. Aunque terminará siendo arrastrado al futuro de una existencia gris por el bienintencionado Don Rosario.

La pieza muestra la fértil imaginación del autor en la elaboración de las tramas y en la construcción de los diálogos; es exponente, asimismo, de una extraordinaria libertad creadora que se plasma tanto en la introducción de situaciones inverosímiles y personajes pintorescos, como el “cazador astuto”, la “mujer barbuda” o el “forzudo ingenioso”, como en el cultivo de un humor de situación -un humor “blanco”, han llamado algunos; “inofensivo, limpio de intenciones”, reconocerá él mismo-, basado en el malentendido y en la comicidad verbal, con réplicas llenas de frases ingeniosas que rompen la lógica del discurso de los personajes según el mejor estilo de los Hermanos Marx. Todo un alarde de finura e ingenio verbal con ramalazos de absurdo que en su día pudo constituir una bocanada de aire fresco en el irrespirable ambiente de las peores comedias de evasión pero que acusa, ineludiblemente, el paso del tiempo.

Natalia Menéndez ha conseguido, creo yo, conjurar el peligro de “acartonamiento” de los caracteres y de la trama al que hacíamos referencia arriba potenciando los elementos paródicos del comportamiento de los personajes y de sus excesos retóricos y reconvirtiendo la deprimente habitación de hotel donde Dionisio se dispone a pasar, solo, su última noche de soltero, en el rutilante escenario de un Teatro de Variedades poblado por extrañas y seductoras criaturas que parecieran hijas de su desbocada fantasía. Y todo ello salvaguardando la línea de conflicto esencial de la pieza: el antagonismo entre Paula y Dionisio cuya sensibilidad, ilusiones y deseos insatisfechos corresponden a dos seres profundamente humanos.

El espacio escénico y la ambientación son espléndidos, incluidas la música y las coreografías de Mónica Runde, tributarias de la estética y de los ritmos del Music Hall de los años veinte del siglo pasado. Y otro tanto podría decirse, en general, del trabajo de los actores y actrices que integran el amplio reparto.  Quienes tienen mayor relevancia encajan a la perfección en sus estereotipos: Don Rosario (Roger Álvarez) el obsequioso y servicial gerente de hotel; “El Odiosos Señor” (Mariano Llorente), empalagoso ricachón de provincias a quien se le van los ojos y las manos tras los encantos de las coristas que trata de comprar sus favores con bagatelas; el “novio” de Paula, Buby (Malcon T. Sitté), un matón de tres al cuarto que no hace carrera de su protegida o el atildado y tonante don Sacramento (Arturo Querejeta), padre de la novia, personaje grotesco, crisol de virtudes y guardián de las buenas costumbres, raro espécimen de la noble estirpe del “heteropatriarcado” (con permiso de la señora). Dionisio (Pablo Gómez-Pando) es un pobre diablo víctima de una sociedad hipócrita y pacata; un chiquilicuatre desbordado totalmente por la situación; pusilánime e inmaduro bascula toda la obra entre la incredulidad, el asombro y la indecisión. Respecto a Paula (Laia Manzanares), no es menos víctima que Dionisio; su aspecto frágil, aniñado, su vocecilla de pito acrecientan esa sensación de tristeza y desvalimiento que transmite. Melindrosa y pizpireta, desprendida y sin malicia alguna termina por ser un personaje entrañable que se lleva todas nuestras simpatías.

Gordon Craig, 7-VI-2019

Patio de butacas del teatro María Guerrero, en Madrid

Ficha técnico artística:

Autor: Miguel Mihura.

Con: Óscar Alló, Roger Álvarez, María Besant, César Camino, Lucía Estévez, Cayetano Fernández, Pablo Gómez-Pando, Alba Gutiérrez, Tusti de las Heras, Mariano Llorente, Laia Manzanares, Rocío Marín, Manuel Moya, Carmen Peña, Chema Pizarro, Arturo Querejeta, Fernando Sain de la Maza y Malcom T. Sitté.

Escenografía: Alfanso Barajas.

Música y espacio sonoro: Mariano Marín.

Coreografía: Mónica Runde.

Dirección: Natalia Menéndez.

 Madrid. Teatro María Guerrero. Hasta el 7 de julio de 2019.

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