Jesús pide a sus discípulos que vivan el mandamiento del amor y que concreten ese amor en las relaciones con sus semejantes, especialmente con los más pobres y necesitados. Esto quiere decir que, aunque tengamos necesidades y carencias, el amor nos obliga a salir de nosotros mismos para buscar ante todo y sobre todo el bien de los demás.
Pero, en ocasiones, pueden presentarse graves desajustes en la vivencia del amor. Por eso, para no engañarnos a nosotros mismos, hemos de permanecer atentos y vigilantes a nuestras manifestaciones y gestos de amor. Cuando la persona que ama no respeta escrupulosamente a las personas amadas, inconscientemente está buscando su interés personal y está poniendo los medios para que los demás actúen en su provecho.
Si esto llegase a suceder, tendríamos que concluir que no existe verdadero amor a los otros, sino el deseo de obtener beneficios personales poseyendo al otro e impidiéndole actuar en libertad. Este deseo de poseer y dominar a nuestros semejantes es una debilidad peligrosa que hemos de superar, pues cuando se ama de verdad al otro se le valora con profundo respeto sin tener en cuenta lo que pueda darme.
Cuando tenemos claro que cada ser humano, especialmente el más necesitado, es importante por ser manifestación de la presencia de Dios y por su dignidad personal, entonces resulta fácil amarlo y hacerle todo el bien posible a lo largo del tiempo, aunque el mandamiento del amor no estuviese expresamente mandado.
Si queremos hacer cosas por los demás, pero pretendemos no tener necesidad de ellos, entonces nos comportamos como seres superiores. Podemos actuar como buenos profesionales, cumpliendo con una obligación, pero en lo más profundo del corazón nos desentendemos de ellos y permanecemos en nuestra autosuficiencia. Olvidamos todos necesitamos de la ayuda y de la colaboración de los otros para crecer como personas y para desarrollar nuestra personalidad.
Los seres humanos no podemos amar como ángeles, porque no lo somos. Tampoco podemos amar con un corazón de piedra, sino seres vulnerables que saben valorar y reconocer el cariño de los demás sin llegar a utilizarlos para el propio provecho. Cuando nos volvemos totalmente autónomos y llegamos a pensar que no necesitamos de nadie, a no ser de quienes nos den la razón, resulta imposible amar.
El día del Corpus Christi, los cristianos celebramos el amor sin límites de Dios a todos los hombres y somos invitados a revisar nuestro amor a Él y a los hermanos. Si no salimos de nuestros intereses y egoísmos para amar a los otros y dejarnos amar por ellos, no podremos experimentar el amor de Dios hacia nosotros y hacia todos los hombres.
Con mi cordial saludo y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
NOTA DE LA REDACCIÓN: EL HERALDO DEL HENARES acepta el envío de comunicados, cartas y artículos de opinión para ser publicados en el diario, sin que comparta necesariamente el contenido de las opiniones ajenas, que son responsabilidad única de su autor, por lo que las mismas no son corregidas ni apostilladas.
EL HERALDO DEL HENARES se reserva la posibilidad de rechazar dichos textos cuando no cumplan unos requisitos mínimos de respeto a los demás lectores o contravengan las leyes vigentes.