Ocurre a menudo en la relación de pareja, sea ésta de la índole que sea -hay que apresurarse a matizar ahora para sentar plaza de “inclusivo”-, que cualquier malentendido o aseveración extemporánea por nimia o inocente que parezca puede dar lugar a una disputa de imprevisibles consecuencias. El desencadenante de la acción en la obra que comentamos es precisamente un error de este tipo. En un comienzo fulgurante, en el aparcamiento del restaurante donde han quedado para cenar juntos, apenas acaban de bajar del coche cuando a Boris se le ocurre mencionar a Andrea, su amante, que haber elegido precisamente ese restaurante obedece a una recomendación de su mujer. Como si se hubiera activado un resorte secreto Andrea monta en cólera iniciándose de inmediato una bronca y un mutuo aluvión de reproches.
Pero ahí no acaba la cosa; cuando habían decidido arriar velas y marcharse cada uno por su lado se dan de manos a boca con Françoise, una amiga íntima de la mujer de Boris, a quien acompaña su marido, Eric y su suegra, Yvonne, que han venido al mismo local para celebrar el cumpleaños de esta última. A partir de ahí la situación da un giro inesperado; ante la estupefacción y el asombro de Boris Andrea decide ahora quedarse, “invitándose” a la mesa de los recién llegados para terminar con ellos la velada desatando las iras de Françoise que no puede evitar su irritación con la intrusa. Andrea, por su parte, se vuelve más desenvuelta y locuaz a medida que van surtiendo efecto los vapores del alcohol y la ingesta de pastillas tranquilizantes que extrae de su pequeño bolso-botiquín, granjeándose poco a poco las simpatías de Eric y la envidia de la anciana y achacosa Yvonne que ve la ocasión pintiparada para aprovisionarse de antidepresivos y ansiolíticos.
El patrón de desarrollo de la acción dramática de la obra es el mismo, mutatis mutandis, que el de otro de los grandes éxitos de la autora: Un Dios salvaje, obra en la que dos matrimonios de clase media alta se reúnen para solventar un pequeño contencioso civilizadamente y todo acaba como el Rosario de la Aurora. En ambas piezas, las buenas intenciones se ven superadas por los acontecimientos y los buenos modales se truecan en un comportamiento ruin y violento viniendo a quedar de manifiesto que la cortesía, el respeto y la consideración no son sino máscaras que esconden la vulgaridad, la agresividad, el cinismo o la intolerancia, cuando no signos alarmantes de un comportamiento neurótico.
Apenas si puede hablarse de una trama en sentido estricto; la acción avanza imparable sustentada en la agilidad de los diálogos y en una vertiginosa sucesión de rupturas del status quo, momentos en que uno espera que se recupere la cordura o la empatía o instantes en los que se atisba una momentánea tregua entre los personajes se “corrompen” inmediatamente por un desafortunado juicio de valor, por una afán malsano de hacer daño al otro o por una salida de pata de banco de la abuela que no está muy en sus cabales. Y vuelta a empezar hasta que la situación del conjunto se degrada y deviene en el caos más absoluto.
La recepción del texto por medio de subtítulos resulta dificultosa y no nos permite conocerlo en detalle. Ignoro, por tanto, si se podría abordar esta obra desde una poética naturalista, como ocurría en el caso de Arte o de Un Dios salvaje, anteriores montajes de éxito de la autora que hemos visto traducidos al castellano. En todo caso Nuno Cardoso ha vetado cualquier atisbo de realismo en su propuesta, tanto en la definición del espacio escénico como en el trabajo actoral. Frente a nosotros dispone un escenario vacío, apenas unas sillas plegables y unos cuantos elementos simbólicos (un coche de juguete, una botella de champán o una tarta de cumpleaños) y al fondo una batería de focos dirigida a la grada, que ocasionalmente se encienden y nos deslumbran con su fulgor hiriente, amenazador, como el haz de luz que se proyecta sobre el rostro de un sospechoso en una sala de interrogatorios, mientras los personajes parecen interpelarnos desde el fondo del escenario. Respecto a la labor de los actores, la fina ironía de la alta comedia es sustituida por al sarcasmo, la ponderación por un derroche de energía en la colocación de sus réplicas incorporando poses, ademanes y entonaciones más propias del esperpento o del teatro de la farsa; realizan un trabajo muy físico, invaden con frecuencia el espacio personal del otro, no eluden el contacto, el beso, el abrazo, el forcejeo, a todo lo cual añaden un progresivos despojamiento de las prendas de vestir, lo que contribuye a expresar ese “desnudamiento” psicológico al que la autora somete a los personajes y a potenciar ese proceso de desenmascaramiento al que aludíamos arriba.
Gordon Craig, 4-XI-2019
Ficha técnico artística:
Autor: Yasmina Reza.
Traducción de Alexandra Moreira da Silva.
Con: Ana Brandão, Alfonso Santos, João Melo, Maria Leite y Margarita de Carvalho.
Escenografía: F. Ribeiro
Música: Pedro Lima.
Dirección: Nuno Cardoso.
Madrid, teatro de la Abadía.
3 de noviembre de 2019.