El próximo domingo 10 de noviembre los españoles nos jugamos algo más que la formación de un nuevo Gobierno, si eso a estas alturas es posible. Los españoles nos jugamos salir del actual secuestro institucional, social, político y económico a que tiene sometido al país el presidente del Gobierno en funciones salido de la moción de censura de junio de 2018, Pedro Sánchez.
Un bloqueo que se inició tras las elecciones generales de diciembre de 2015, en las que su partido obtuvo el, en ese momento, peor resultado de su historia, con apenas 90 escaños, con los que pretendió ser investido, por lo que al no conseguirlo bloqueó la formación de Gobierno al partido ganador, por lo que se tuvieron que repetir las elecciones en junio de 2016. En ellas, consiguió hundir aún más a su partido al obtener unos humillantes 85 escaños, -frente a los 137 del PP-, 85 escaños con los que, no obstante, pretendió gobernar igualmente.
Tras ser expulsado ese mismo año de la secretaría general por sus compañeros de partido, España pudo contar con un Gobierno que dio estabilidad al país durante dos años, durante los cuales se realizaron reformas, descendió el paro, se aprobaron los presupuestos generales del Estado y se superó la crisis económica.
Sin embargo, en 2017 recuperó la secretaría general del PSOE tras unas caóticas elecciones primarias internas y un año después, en mayo de 2018, presentó una moción de censura contra el Gobierno de Rajoy y, con el apoyo de los independentistas, de los herederos de HB, de Podemos y con la traición de última hora del PNV al PP, se encaramó hasta la más alta magistratura política del Estado.
Desde entonces, España ha vivido un año y medio convulso, en el que no se ha aprobado ni una sola ley en el Parlamento; se ha gobernado a golpe de Decretos; no se han podido aprobar unos nuevos presupuestos; la economía ha dado un paso atrás y el paro dos pasos adelante; no se ha realizado ni una sola de las reformas que ha pedido la Unión Europea para no volver a caer en el pozo de la recesión en el que dejó a España el anterior presidente socialista, José Luis Rodríguez Zapatero; y la violencia independentista se ha multiplicado por cuatro ante la pasividad del ejecutivo socialista.
Sánchez volverá a traer a España las humillantes cifras de paro, hambre y depresión en las que la dejó Zapatero, como ya anuncian todos los indicadores internacionales, algo que debería hacer reflexionar a quienes lo ven como una solución y no como el problema.
Por si todo ello no fuera lo suficientemente grave en una democracia avanzada como la nuestra, se suma una cuestión que preocupa a los demócratas de verdad: la deriva autoritaria de quien no elegido en las urnas por los españoles, que, como tantos otros antes que él, pretende ser temido antes que amado.
Este tipo de liderazgo provoca que la sociedad se deslice de forma peligrosa hacia lo que algunos sociólogos han definido con mucho acierto como ‘democracia autoritaria’, sociedades en las que en principio las instituciones se rigen por un sistema democrático, pero en la práctica están sometidas al dictado de reglas antidemocráticas: un Parlamento desactivado e inactivo, tribunales de justicia amordazados, Fiscalía General sometida, Abogacía del Estado humillada, medios de comunicación públicos y privados como meros instrumentos propagandísticos, recursos y bienes del Estado utilizados al servicio del partido o del líder…
Sánchez es un lastre para la democracia de este país; Sánchez es un paso atrás en derechos y libertades; Sánchez es la reencarnación de esos líderes iluminados que llevan a sus países a la confrontación civil, al sectarismo y a la autodestrucción como sociedades libres y abiertas.
Tras cuatro elecciones generales en cuatro años, dos en apenas seis meses, los españoles tienen en su mano mantener la actual situación de bloqueo o dar una salida estable y de futuro al país.