A veces pasan cosas… que no te imaginas, que nunca te esperas. Lo digo por mí. Sé lo que digo, de ayer y de hoy. Nací en Sevilla el 21 de marzo de 1960. Un día,-consciente o no-, tomé en mi retina y mis manos toda la luz sevillana del Guadalquivir, lo metimos en la maleta y me fui a Barcelona. ¡Quería ser actriz!
Desde un pueblo de Gerona, abrí la ventana de los sueños. En 1977, con 17 años, me eligieron «Miss Cataluña». ¡Me asomé a la gloria! Por lo menos… ¡yo estaba en una nube!
Un día al abrir el balcón, escuché cantar a Raphael, la famosa versión escrita de Manuel Alejandro: «A veces llegan cartas»; «Son cartas que te dicen/ que al estar tan lejos, todo es diferente». ¡No lo entendí entonces, aunque estaba lejos! ¿Por qué?
Al año siguiente, con 18, llegué a Madrid, para rodar una película. Habían comenzado a llover contratos de cine, teatro, revista, y televisión. ¡Era un boom! Estaba encantada. Hasta 23 películas y la «antología de la Zarzuela». Me multiplicaba para rodar en los platós, vivir, divertirme. Me sentía llena de vitalidad, de alegría y esperanza.
Hoy, un día gris de noviembre 2019, he vuelto a visitar a Azucena. Tiene geranios rojos en la pequeña terraza de su habitación y una sonrisa que llena toda la cabecera de su cama. Está eufórica. Después de contarme todo eso, me repite…
– «A veces llegan cartas»…
-¿Quieres cantar?
– No, pero estoy muy contenta, porque he tenido carta. Una carta de avión. «A veces llegan cartas/ con olor a rosas, que sí son fantásticas«. (¡Cógela y léemela, por favor. Estoy emocionada! ¡Es mágica! Me ha devuelto a mis 18 años!)
-¡Qué me dices!
– Estaba esperando que vinieras, porque tengo el corazón contento. Tu empieza a leer y lo verás.
«7 de noviembre de 2019.
Querida Azucena: Te escribo esta carta desde una gran distancia, tanto física como temporal. Física porque te escribo desde Canadá, donde hoy vivo, y temporal porque tú y yo trabajamos en el mismo programa… hace ya casi cuarenta años.
Yo empecé a colaborar con José Antonio Plaza en su programa de TVE 625 líneas a finales de los 70. Tenía 17 años.(…). Me pasaba media semana en TVE de Prado del Rey. Un día a la semana rodábamos en los Estudios Roma, y es allí donde nuestros caminos se cruzaron…Aunque estoy seguro que no me recuerdas, de vez en cuando charlábamos del trabajo y de otras cosas. Aunque solo me llevabas un año y éramos bastante jóvenes, yo te veía como una chica madura…Me acuerdo que cuando te marchaste después del tercer programa, dejaste un agujero para algunos de nosotros. En octubre de aquel año 1980 yo me vine a Canadá para estudiar Derecho(…) Al no haberse inventado todavía Internet, me desconecté de lo que pasaba en España». (Debí poner una cara de asombro increíble, porque Azucena, preguntó):
-¿Qué te pasa? ¿No crees lo que dice?
– No tengo palabras…, te lo juro. Estoy asombrado. ¿Cómo es posible que esa carta haya tardado 40 años en llegar a tus manos?
–¡Qué va a tardar! Acabas de leer que fue escrita hace pocos días, el día 7 de noviembre. Lo importante es que ha llegado…y me ha hecho muy feliz.
-Cierto, pero entre el ayer que cuenta y el hoy que vives, ha pasado…una vida.
-¡La vida no pasa…se vive! Es cada momento. ¡Es espera! Como ha escrito Gala: «hasta el agua que nada espera, brota esperando alguna sed».
-¡Qué coincidencia! No vas a creer lo que te voy a contar, pero es real. Un amigo mío, Ernesto, publicaba el día 16 en su Blog una entrada sobre las cartas, que titulaba: Un día del ayer. Evocaba el momento en que«El cartero había traído correspondencia. Generalmente era una alegría recibir aquellas cartas. Abuelos, primos, amores, amigos….¡Aquellas cartas!… ¿Adónde fueron?… ¿Qué se las llevó?… ¿Volverán algún día?» (Terminaba preguntando. Y como si te hubiera visto a ti hoy mismo, respondía):»¡Sí! ¡Hoy han vuelto!… Apenas un instante… Cartas que tuvieron su razón de ser. ¡Que la tienen hoy!».
–¡Qué bonito! Parece escrito para este momento. ¿No le pusiste algún comentario?
-Por supuesto que sí. Escribí textualmente: «Viví la espera y la dicha de las cartas, en España y en el extranjero…eran latidos de vida de seres muy queridos. Viajaban por el espacio, impulsadas por la fuerza del gran corazón del remitente. El cartero era un ser mágico… Agradezco el ayer, archivo muchas cartas. No sé si las volveré a leer, pero tienen el valor incalculable de «un tesoro».
– Esta carta lo es. Y te diré algo que nunca te he contado: poco después del accidente, el cartero traía con frecuencia a mi casa «dos sacas de correos», llenas de cartas, postales y mensajes. ¡Lo importante es la calidad, no la cantidad!
-¿Qué fue de ellas? ¿Podías leerlas?
-Me las tenía que leer mi hermano y, cuando empezaban a repetir que me animara, y cosas por el estilo…las echaba al cesto y pasaba a la siguiente. Entonces descubrí por experiencia, que no siempre coinciden la buena intención con la sinceridad. Así que «verdaderas amistades» y «tesoros de correspondencia» no hay muchos. Tienen que superar la criba del tiempo y tal vez también del espacio. Bueno, que me distraes y no has terminado de leerla. Así que continúa, por favor.
«…Al no haberse inventado Internet, me desconecté de lo que pasaba en España. Hasta que hace unos días me encontré, por casualidad, un artículo sobre tu accidente. Me quedé helado. A pesar de haber pasado tantos años, no tenía ni idea. Me impactó mucho descubrir lo que te ha pasado. Y he estado pensando en ti desde entonces».
–Permíteme un inciso: tú ya sabes, que mi accidente, tuvo lugar en Madrid, en la madrugada lluviosa del 15 al 16 de octubre de 1986, cuando volvía hacia casa con mi coche. Estaba en lo mejor de mi carrera y todo parecía augurarme un brillante porvenir. Había cumplido 26 primaveras. Pero allí, en la cuneta, terminó mi carrera. Desperté en el hospital y comenzó una larga noche oscura. ¡Quedé tetrapléjica!
-Sí, sé que fue muy duro y lo es aún. Hemos hablado mucho de lo difícil que fueron los años primeros de tu nueva vida. Las operaciones, las ausencias, el cáncer de mama, la nueva operación, las 4 paredes y la soledad. Hasta llegar a aceptar que todo tiene un por qué y un para qué. Nunca sabremos si no llegar a tener lo que queremos es un golpe de suerte.
–Cierto, hasta que terminó mi rebelión y pacté con la muerte, que parecía perseguirme, para que me dejara en paz y yo no la llamaría. Han pasado desde entonces 33 años, totalmente dependiente. Estoy en el Centro de atención a personas con discapacidad física (CAMF) en Guadalajara. Muchos días no me apetece mucho levantarme pero la gente es muy amable. Dicen que soy «el buzón de las quejas». Porque escucho a todos, y muchas veces no me traen más que quejas. Trato der ser positiva. Tengo bastantes amigos.
Te recuerdo que has escrito varias veces de mi y conoces a mi familia, pues… también hoy quiero que escribas, porque hoy mi corazón está de fiesta. Esa carta de Tony me ha hecho recordar y revivir. Pero antes, por favor, termina de leer, que hoy me voy a levantar y brindar por la vida.
(Concluyo, pues): «Al final he decidido escribirte estas líneas para decirte que me acuerdo de ti. Me acuerdo de tu juventud y de la alegría que llevabas encima. Esa fue una época muy especial que seguirá en mi memoria para siempre. Gracias por formar parte de ese recuerdo. Recibe un fuerte abrazo. Tony…».
– ¡Jolín, Azucena!, ¡A veces llegan cartas, que aunque hayan tardado, mereció la pena y lo resumen todo! Cuando crees que lo has vivido casi todo, llega otra sorpresa. Los días más bellos te trajeron felicidad, los más duros te han proporcionado experiencia y profundidad, y entre unos y otros, te han traído hasta aquí, para brindar por la dicha de estar viva. Tener amigos como Tony, tan lejos y tan cerca, sí es un regalo que desconocías.
– Cierto, ¡merece la pena! En cuanto me levanten, vamos a la Cafetería y pedimos un Cava o un Champagne. Cartas como esta no llegan todos los días. Te doy permiso para que lo publiques. A ver si la gente, pasa un poco del WhatsApp y del copia y paga. Yo no tengo WhatsApp porque no puedo usarlo. Hay mucha gente a quien una carta personal haría muy feliz, como a mí. Así que mándale a Tony un abrazo con toda mi alma, que le llegue a Canadá y al corazón. Dile que mis brazos no pueden llegar, pero podrán sostener su carta y su sentimiento, son un gran tesoro. Me ha ayudado a recordar y me ayuda a sentir que estoy viva y a vivir. Le envío todo mi agradecimiento, con un beso.
José Manuel Belmonte