Persevera este montaje de Claudio Tolcachir en los mismo presupuestos éticos y estéticos de los primeros tiempos de Timbre 4, un colectivo nacido al albur de esa corriente del teatro comunitario de resistencia que tantos grupos de teatro independiente, en garajes, almacenes o casas particulares, pusieron en práctica en los años siguientes al colapso económico y social de 2001, tiempos duros en los que se buscaba afanosamente una salida a la crisis social e identitaria que asoló la Argentina de la posdictadura.
Los años han pasado pero la crisis no ha parado de agudizarse y extenderse a la “aldea global” en la que nadie, como parece sugerir la pieza que comentamos, está a salvo de verse arrojado a la marginalidad más denigrante sin que el alto grado de desarrollo tecnológico -esa panacea que iba a resolver todos nuestros problemas- lo impida. Aunque, eso sí -y esa es una de las paradojas que la obra revela-, tales avances en materia de tecnología nos permitan establecer contacto instantáneo con personas a miles de kilómetros de distancia.
¿Qué poder real de influencia en las relaciones humanas tienen las nuevas formas de comunicarse? Esa es la cuestión básica que se ventila en el montaje (sin olvidar el trasfondo de sátira social al que ya hemos aludido), asunto que no puede ser de mayor actualidad. Un primer aspecto sería si esa forma de comunicación, que ahora los móviles e Internet tanto han facilitado y simplificado es suficiente para permitir que se desarrolle y prospere una verdadera relación. Evidentemente la respuesta es no, y su principal argumento se podría simplificar recurriendo a la condena del “hilo telefónico” que de manera categórica desliza Pedro Salinas desde las páginas de El Contemplado: “Dos amantes se matan por un hilo /- ruptura a dos mil millas-; / sin que pueda salvarle una mirada / un amor agoniza”. Otra cuestión es sí a través de esos medios puede llegar a construirse un vínculo genuino que nos ayude a combatir la soledad a la que nos aboca unas condiciones de vida adversas dentro de un progresivo proceso de deshumanización de las relaciones personales.
Desde el punto de vista de la poética escénica estamos ante “el grado cero de la ficción” -como definí en otra parte la estética de Tolcachir-, en un presente absolutizado, sin el cortafuegos de la ilusión de una supuesta realidad mimética en la que se diluya el impacto del crudo y desangelado panorama de la realidad social que el montaje pone al descubierto: la relación de Pablo, un joven emigrante argentino sin papeles en Australia, obligado a desempeñar los empleos más precarios para ganarse la vida y Elián, un simpático y desnortado efebo hijo de papá, español, que -seguramente- sin mérito propio se gana la vida como actor de reparto en series de televisión, pero igualmente necesitado de reconocimiento, afecto y compañía.
El binomio que conforma estos dos personajes separados entre sí no sólo por miles de kilómetros sino por el entorno social tan diferente en el que han crecido o por sus expectativas vitales no puede ser más atípico y pintoresco y sin embargo no nos cuesta trabajo vencer la extrañeza y asignar verosimilitud a la historia porque los personajes destilan una rara aureola de verdad. Y es que, después de todo, es más poderoso lo que los une, la soledad y una profunda y cordial corriente de hermandad y camaradería en el infortunio, que lo que los separa.
Claudio Tolcachir construye un artefacto dramático ágil y dinámico, con escenas chuscas y disparatadas de un humor benévolo, piadoso, que suaviza la tensión de muchas situaciones o hace más llevaderas las discrepancias que amenazan cada instante con romper la relación de la pareja. La obra avanza a buen ritmo, empujada por el tono irónico, la viveza y la espontaneidad de los diálogos y un no desdeñable componente de intriga, ya que la historia personal de los personajes no se nos proporciona de golpe sino poco a poco, sabiamente administrada a medida que se desarrolla la acción.
Cabe consignar, asimismo, el esplendido trabajo de los actores que trasmiten con singular pericia ese carrusel de emociones y sentimientos que embargan a los protagonistas, dos seres dañados que tratan de buscar uno en el otro un asidero para seguir adelante. Emociona la patética imagen de impotencia, resignación y desvalimiento que trasmite Pablo (Lautaro Perotti) abandonado a su suerte en un país lejano del que desconoce sus costumbres e idioma, pero no conmueve menos esa absoluta falta de confianza en sí mismo de Elián (Santi Marín), sus dudas e incertidumbre acerca de la verdadera naturaleza de su relación con Pablo y sus denodados esfuerzos para descubrir su identidad mientras trata de superar los estragos que la incomprensión de un padre autoritario han causado en su frágil e incipiente personalidad.
Gordon Craig. 30-XI-2019.
Ficha técnico artística:
Dramaturgia y dirección: Claudio Tolcachir.
Con: Lautaro Perotti y Santi Martín.
Diseño de escenografía: Sofía Vicini.
Diseño de luces: Ricardo Sica.
XXXVII Festival de Otoño.
Madrid. Teatro de la Abadía.
29 de noviembre de 2019.