Los cristianos nunca estamos solos. Además de la presencia constante de Dios en nuestras vidas, contamos también con la intercesión de los santos y con la comunión fraterna de tantos hermanos en la fe que caminan a nuestro lado, compartiendo ilusiones y esperanzas, preocupaciones y cansancios.
Desde esta comunión con Dios y con nuestros semejantes, tenemos que salir de nosotros mismos porque la fe tiende a comunicarse. Si abrimos la mente y el corazón a la acción del Espíritu, recibimos siempre el impulso a salir al encuentro de los miembros de nuestra familia, de los hermanos de la comunidad y de los restantes compañeros de camino para mostrarles el amor de Dios.
Como nos recuerda el papa Francisco, con tanta insistencia, los verdaderos discípulos de Jesucristo tienen que salir al encuentro de todas las periferias humanas, dando testimonio de esperanza y de verdadera alegría, para “llenar los vacíos existenciales” y “para deshacer las quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales”.
Pero, además de salir, el evangelizador ha de caminar con rumbo fijo. Iluminado y guiado por Jesucristo, que es quien da sentido y verdadera orientación a la existencia y a los compromisos diarios, el misionero ha de vivir con la convicción de que Dios tiene un proyecto de vida para cada uno, si colaboramos con Él en la construcción de su Reino en el mundo.
Ahora bien, para que la salida y el camino a recorrer no sean estériles, es preciso que sembremos a tiempo y a destiempo la Palabra de Dios. Sin esperar los frutos inmediatos y los éxitos rápidos, en estos momentos la acción evangelizadora nos exige centrar especialmente la atención en el primer anuncio. Con él podemos decir y mostrar a nuestros hermanos que Jesucristo les ama, que da su vida para salvarlos y que camina a su lado cada día para iluminar su existencia, fortalecerla y salvarla.
No podemos acostumbrarnos a la evangelización. Hemos de hacerla siempre de nuevo, con nuevo ardor y esperanza renovada, con nuevos métodos y expresiones. Las dificultades actuales para el anuncio de la salvación de Dios hemos de verlas como nuevos retos que Él pone en el camino para que renovemos la fidelidad a sus promesas y para que descubramos que lo imposible para nosotros, es siempre posible para Dios.
La apertura de mente y de corazón a la acción del Espíritu Santo nos regala la alegría de la evangelización. El Espíritu nos impulsa siempre a salir, a caminar y a sembrar de nuevo con humildad, constancia y paciencia, la Palabra de Dios para que el Señor pueda ser cada día más conocido y amado por todos los seres humanos.
Con mi bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez
Obispo de Sigüenza-Guadalajara
NOTA DE LA REDACCIÓN:
EL HERALDO DEL HENARES acepta el envío de cartas y artículos de opinión para ser publicados en el diario, sin que comparta necesariamente el contenido de las opiniones ajenas, que son responsabilidad única de su autor, por lo que las mismas no son corregidas ni apostilladas.
EL HERALDO DEL HENARES se reserva la posibilidad de rechazar dichos textos cuando no cumplan unos requisitos mínimos de respeto a los demás lectores o contravengan las leyes vigentes.