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‘Naufragios de Álvar Núñez’, de José Sanchís Sinisterra: «El Descubrimiento como coartada»

La obra se inspira en el relato autobiográfico que Álvar Núñez Cabeza de Vaca escribió  narrando la desastrosa expedición a la Florida emprendida en 1527 bajo el mando del gobernador Pánfilo de Narváez y de la que sólo regresaron cuatro supervivientes. Se inscribe así en el contexto de un debate aún no cerrado y que sigue siendo objeto de discusión y controversia entre los historiadores después de más de quinientos años: el de la naturaleza e implicaciones del Descubrimiento y colonización del continente americano; una polémica alimentada durante siglos -en lo que a Castilla, o España, se refiere- por la Leyenda Negra y recrudecida en los últimos tiempos por el auge de las corrientes de pensamiento indigenistas.

Es evidente -como indica el profesor Domínguez Ortiz-, que la puesta en contacto de dos mundos que habían evolucionado por separado durante milenios hubo de producir un choque brutal de culturas (creencias, modos de vida y organización social, alimentación, tabúes morales, etc), y que muchos de los conquistadores movidos por su afán de riqueza, por su celo evangelizador o simplemente por cuestiones de supervivencia en situaciones de extremo peligro cometieron abusos cuando no auténticas tropelías. Pero eso no autoriza, a mi entender, a descalificar de un plumazo esta magna empresa haciendo abstracción del contexto histórico en el que se produjo y valorándola con criterios éticos y políticos de la actualidad; una gesta sin precedentes que en su tiempo fue entendida no sólo como parte de un proceso de expansión imperial vinculado a intereses políticos, materiales o religiosos sino también como un vasto empeño civilizatorio que chocó con culturas indígenas, que, incluso las más avanzadas, mantenían usos y costumbres no menos violentas y atrabiliarias que las de los conquistadores.

Y la genuina preocupación que exhibe la pieza por indagar en el fenómeno de la alteridad, y sobre nuestro fracaso en la relación con el otro, sobre como estigmatizamos al diferente, sea este el indio, el emigrante, el homosexual o la mujer (¡), o el propósito de denunciar los rescoldos de xenofobia u odio de clase latentes en el corazón de nuestras sociedades acomodadas, se desvirtúa cuando se cede en exceso a la caricatura ( ¡ah! ese Pánfilo de Narváez gritando repetida y desaforadamente desde el caballo sus consignas de “por el imperio hacia Dios” o ese  “¡De España vengooo… Soy españolaaa…!”, entonado por Dorantes y coreado a bombo y platillo por la compaña), o a extremos insufribles de maniqueísmo que no pueden dejar de advertirse cuando comparamos la indulgencia con la que trata Sanchis Sinisterra al único personaje indígena de las pieza, la india Shila, madre amantísima, tierna amante y solícita y abnegada protectora de Álvar Núñez herido, frente al rigor inmisericorde con el que vapulea al gobernador o a Mariana, mujer que dejara Álvar Núñez en España y que traspuesta a la actualidad es una engreída y displicente pija de vida muelle preocupada sólo por banalidades y  fruslerías. Vendrían a encarnar la primera el mito russoniano del buen salvaje, la perfección de la  vida en su estado natural sólo corrompido por el influjo de los ideales ilustrados, en tanto que la segunda sería una pérfida  pequeñoburguesa, cuyo visceral odio racial no la impide prostituirse con el moro Estebanillo.

La puesta en escena y ambientación son espléndidas. El foso de fango en el que chapotean desnudos o envueltos en harapos los personajes azotados por el viento y bajo cortinas de agua de las tormentas tropicales evoca esa lucha feroz contra los elementos que en su castellano primitivo relata pormenorizadamente Álvar Núñez en su crónica y contrasta con el entorno cálido y armónico, con fondo sonoro de música clásica, en el que transcurren placenteros los días en la gran mansión en la que se enseñorea Mariana. Los actores realizan un gran trabajo físico para trasmitir esa sensación de cansancio y agotamiento próximo a la extenuación propios de las privaciones extremas a las que ocasionalmente se ven sometidos y, en su caso, la vívida imagen del horror que refleja la demudada expresión de sus rostros.

Un estudiado movimiento escénico da lugar a cuadros de gran impacto visual, como el del arranque del segundo acto con los náufragos arracimados en torno al caballo y que recuerdan a las imágenes espectrales de un Tadeusz Kantor; es de una soberbia belleza plástica, asimismo, la procesión ceremonial de nativas acompañando a una compungida Shila (Karina Garantivá) con los despojos de su vástago envueltos en un paño blanco. El ritmo, trepidante, y el recurso a la metateatralidad, con Dorantes y Castillo convertidos ocasionalmente en una suerte de Ñaque, una pareja de pícaros que se saliesen de la acción para glosar  aspectos concretos del desarrollo de la misma y servir de intermediarios entre el público y el resto del elenco contribuyen a dispensar una cierta dosis de humor y relajar el dramatismo extremo de muchas situaciones.

Todavía quedan algunos aspectos por pulir, como la tendencia excesiva al grito en algunas escenas, explicable ante las imágenes de pesadilla que atormentan a Álvar (un esforzado trabajo de Jesús Noguero), quizá no tanto en las cansinas y reiterativas proclamas del gobernador (Pepón Nieto) blandiendo el estandarte de Castilla.

Gordon Craig, 15-II-2020

Ficha técnico artística:

Autor: José Sanchis Sinisterra. A partir de la obra Naufragios y comentarios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca.

Versión y dirección: Magüi Mira.

Con: Nadia Abella, Jorge Basanta, Olga Díaz, Karina Garantivá, Cruz García, Alberto Gómez Taboada, Lula Guedes, David Lorente, Pepón Nieto, Jesús Noguero, Rulo Pardo, Kike del Río,Muriel Sánchez, Clara Sanchis y Antonio Sansano.

Escenografía Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán.

Iluminación: José Manuel Guerra.

Vestuario: Gabriela Salaberri.

Música y espacio sonoro: Jordi Francés.

Madrid. Teatro de la  María Guerrero. Hasta el 29 de marzo de 2020.

Acerca de Gordon Craig

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