De poder a poder
Oleanna viene a ser una representación en estado puro de la actualísima -y eterna- lucha strindberiana por el poder, por ese deseo de someter al otro que media en las relaciones humanas, que en casos extremos puede llegar a la imposición o a la violencia física pero que las más de las veces adopta las formas más sutiles del chantaje emocional y de la manipulación lingüística.
Y resulta más que evidente que si John, a lo largo de esos tensos encuentros que mantiene con Carol en su despacho de la Universidad, se sirve de tecnicismos que Carol no comprende o reformula y reinterpreta permanentemente sus palabras no es por mera pedantería, que también, sino porque es consciente del ascendiente que ejerce sobre su alumna, de la situación de fuerza en que se sitúa respecto a ella por el mero hecho ostentar la primacía sobre el control del sentido de tales palabras y expresiones, incluyendo los sobreentendidos y las presuposiciones, que enmascaran, como es sabido, tópicos, prejuicios o ideas dominantes sobre el estatus, el sexo o la condición social de los interlocutores.
No contaré mucho del argumento de la pieza para no arruinar el suspense. Comienza con la visita de una joven universitaria, Carol, al despacho de John, su profesor, para reclamar la nota de un examen. Y dos pistas más sobre los personajes: John es el tipo de profesor “colega”, un tanto infatuado y con no pocas carencias y problemas personales. Cordial, comprensivo, en apariencia, es perfectamente conocedor de los privilegios que le otorga su estatus, de ahí su aire de superioridad y una permanente actitud paternalista que tanto molesta a Carol. La joven, por su parte, al principio aparece como una pobre chica, tímida, frágil y acomplejada, pero luego se revela como una furibunda feminista, consumada maestra de la manipulación e implacable luchadora contra los últimos vestigios de la estructura social y familiar patriarcal caduca, a cuyos valores, según ella, se acomoda el comportamiento prepotente y sexista del profesor.
La obra se articula en tres actos, según el típico patrón del teatro aristotélico: planteamiento, nudo y desenlace, con un respeto escrupuloso por las tres unidades, de tiempo, lugar y acción y con una estructura en cuyo desarrollo hay una típica inversión de papeles. A ello habría que añadir que el autor, como el protagonista de un conocido cuento infantil va dejando miguitas por el camino, pequeños detalles sin importancia en apariencia, pero que resultan cruciales a posteriori para explicar la evolución del comportamiento de los personajes. Un prodigioso mecanismo de precisión que, cabe resaltar, el director, Luis Luque, ha desentrañado a la perfección y ha engrasado a conciencia para mostrárnoslo funcionando a pleno rendimiento.
La versión de Juan Vicente García Luciano acierta de pleno al traducir un texto que bascula entre el tono profesoral y el más rabiosamente coloquial de unos diálogos dotados de gran viveza y expresividad que fluyen a veces con un ritmo endiablado. Y, desde luego, hay que mencionar a los actores que hacen un magnífico trabajo. Natalia Sánchez transita con enorme desenvoltura por las diversas etapas y registros que le exige su personaje, Carol, siempre atenta a esos mínimos detalles, a los que hacíamos referencia arriba, que nos van poniendo sobre aviso de cual son sus verdaderas intenciones. Casi provoca lástima su desvalimiento y la sensación de frustración y de fracaso que trasmite al principio, pero luego puede ser fría, calculadora, despiadada y hasta cruel cuando tiene al enemigo acorralado. Fernando Guillén Cuervo pone toda su experiencia y oficio al servicio de su personaje, ese producto arquetípico del establishment universitario, profesor de mediana edad, afable y campechano, buen conversador, halagado por la admiración que concita entre las jóvenes alumnas y dispuesto siempre a abrirles la puerta su despacho para resolver problemas, aunque no sean de índole estrictamente académica, bajo la premisa tácita de cobrarse algo a cambio, aunque sólo sea la gratificación que proporciona un rato de compañía agradable en la intimidad del despacho, retrepado en un sillón giratorio y parapetado tras la confortable posición de poder que garantiza su amplia mesa de escritorio. Modula, asimismo, Guillén Cuervo, con gran acierto, la profunda transformación de su personaje para adaptarse a las cambiantes circunstancias. Y el arrebato de cólera de la escena final es realmente apoteósico.
Gordon Craig (27-IX-2017)
Ficha técnico artística:
Autor: David Mamet..
Versión de Juan V. Martínez Luciano.
Con: Fernando Guillén Cuervo y Natalia Sánchez.
Escenografía: Mónica Borromello
Música y espacio sonoro: Mariano Marín.
Dirección: Luis Luque..
Madrid. Teatro Bellas Artes. Hasta el 15 de octubre de 2017.