Las informaciones que recibimos por los medios de comunicación sobre la pandemia del coronavirus nos invitan a ser muy estrictos en el cumplimiento de las normas dictadas por las autoridades civiles y por los responsables de la atención sanitaria. Es una situación de emergencia y, por tanto, hemos de poner todos los medios a nuestro alcance para evitar que otras personas se contagien del virus.
Mientras dura esta situación, aunque los templos estén cerrados, podemos y debemos orar confiadamente al Señor, como Él nos recuerda. Por medio de la radio, la televisión y de las redes digitales, tenemos la oportunidad de seguir la Santa Misa y la oración del Santo Rosario, invocando la protección de la Santísima Virgen. El aislamiento en nuestras casas es ocasión propicia para hacer de ellas pequeñas iglesias domésticas.
En nuestra oración hemos de pedir al Señor, dueño de la vida y de la muerte, por el eterno descanso de los difuntos, por la salud de los enfermos, por quienes trabajan incansablemente en los hospitales, por los miembros de las fuerzas de seguridad que nos dan ejemplo de servicio y, especialmente, por las personas que experimentan un profundo sufrimiento al no poder visitar a sus familiares ingresados en los hospitales. La celebración de la Pascua del Señor y la contemplación de su victoria sobre el poder del pecado y de la muerte nos ayudan a descubrir que nunca estamos solos en el camino de la vida. Él, resucitado de entre los muertos, vive para siempre, nos acompaña en nuestra peregrinación hacia la casa del Padre y nos ofrece la posibilidad de participar de su vida para siempre.
En este tiempo, marcado por la inseguridad y la preocupación ante el futuro, necesitamos experimentar la presencia viva de Cristo en medio de nosotros para que nos ayude en el sufrimiento y nos mueva a estar cercanos a los que sufren, ofreciéndoles nuestro amor no sólo con las palabras, sino con las obras. El papa Benedicto XVI decía que “la capacidad de aceptar el sufrimiento y a los que sufren es la medida de la humanidad que se posee” (Spe salvi, 38).
Vivamos estos momentos a la luz de la fe, preguntémonos por el sentido de la vida, valoremos lo que hacemos y lo que dejamos de hacer por los demás; pensemos en lo que realmente importa en la vida y no nos dejemos dominar por el egoísmo y la angustia. Pongamos nuestra confianza en Dios, que nunca nos abandona, y afrontemos el presente y el futuro con responsabilidad y confianza en su amor.
Con mi sincero afecto y estima en el Señor, un cordial saludo.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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