El sábado pasado celebrábamos en el colegio diocesano “Cardenal Cisneros” el encuentro del Pueblo de Dios. Fue un día de oración, de escucha, de diálogo y de comunión eclesial entre sacerdotes, consagrados y cristianos laicos venidos desde los distintos arciprestazgos de la diócesis para pensar en los objetivos pastorales, a los que deberíamos prestar especial atención durante el año en todas las parroquias, siguiendo las orientaciones del Plan Pastoral Diocesano.
Con frecuencia, tanto en la acción evangelizadora como en otros aspectos de la vida de la Iglesia, corremos el riesgo de fijarnos sólo en los aspectos negativos de la realidad, olvidando que hemos de verlo y juzgarlo todo con la mirada de Dios. La simple celebración del encuentro, la alegría y la esperanza compartidas por todos los participantes, tienen que ser una oportunidad para dar gracias a Dios porque ha estado grande con nosotros y continúa realizando maravillas a pesar de nuestras deficiencias.
Ciertamente, son muchos los comportamientos de los que tenemos que arrepentirnos cada día y muchas también las debilidades de la Iglesia para el impulso de la nueva evangelización, pero la visión de la realidad desde “la intimidad con Cristo” nos ayuda a verlo todo con la mirada de Dios, es decir, con la convicción de que, a pesar de nuestras flaquezas, el Espíritu actúa en el corazón de las personas y en nuestro mundo.
Para profundizar en la intimidad con Cristo, hemos de revisar nuestra vida de oración personal y comunitaria. Debemos preguntarnos si nuestra oración es un encuentro personal con Jesucristo muerto y resucitado. ¿Vivimos los tiempos de oración como un encuentro con el Amigo que cuida de nosotros y que está dispuesto a escucharnos siempre, aunque todos nos abandonen?
Todos los bautizados tenemos el encargo y la gozosa misión de evangelizar, de ser testigos de la gran noticia del amor y de la salvación de Dios para todos los hombres, pero no podremos cumplir bien este encargo, si no tenemos tiempo para encontrarnos con el primer Evangelizador. Si no experimentamos en lo más profundo de nuestro corazón que Jesucristo nos ama incondicionalmente y que sigue entregando su vida cada día por nosotros y por la salvación del mundo, no podremos ser verdaderos y auténticos evangelizadores. Hablaremos de Dios, pero nuestro lenguaje no convencerá a nadie.
Esto quiere decir que, antes de evangelizar, hemos de revisar nuestra oración para comprobar si nos ayuda a crecer en la intimidad con Cristo y a buscar la voluntad de Dios en cada instante de la vida. El curso que el Señor nos concede iniciar puede ser una oportunidad para superar las rutinas y los cansancios, pidiéndole confiadamente que nos muestre su rostro y que nos revele los caminos que hemos de seguir.
Con mi bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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