Algunos comunicadores afirman que, después de lo vivido durante los días del confinamiento en nuestros hogares con ocasión de la pandemia, experimentaremos un cambio en la forma de pensar y esto tendrá su repercusión en la convivencia familiar y social. Otros señalan que, una vez superado el miedo y el sufrimiento, seguiremos viviendo y actuando como antes de la pandemia.
Para responder a estos interrogantes, ante todo deberíamos tener presente que un cambio de criterios y comportamientos no se produce si cada persona no pone los medios para comenzar a cambiar desde este momento. Los cambios personales no tienen lugar por la suma de impactos momentáneos, sino porque somos capaces de
descubrir y comprender el sentido de lo que sucede.
La realidad vivida solo podrá hacer de nosotros criaturas nuevas si nos preguntamos ahora por los interrogantes que nos plantea la realidad y buscamos las respuestas adecuadas, teniendo en cuenta que los acontecimientos no suceden por casualidad. En cada acontecimiento se muestra, se manifiesta y se hace presente la providencia divina.
Si en este momento concreto no entramos en un proceso de reflexión y nos preguntamos por el sentido de la existencia y por la incidencia de lo vivido durante el tiempo de aislamiento, será muy difícil que cambie nuestro modo de pensar y actuar. Una vez superado el miedo y los sufrimientos acumulados durante los días de confinamiento, seguiremos haciendo las mismas cosas que antes y del mismo modo.
Sin una sincera reflexión sobre nosotros mismos y sobre nuestros proyectos no podremos aprender la lección de lo sucedido en este momento histórico y su incidencia en nuestra vida. Por eso, olvidando por un tiempo la obligatoriedad de los decretos dictados por las autoridades civiles, cada uno deberíamos reflexionar sobre la nueva realidad para tomar las decisiones oportunas desde la libertad y la utilización de la razón.
La experiencia de la pequeñez y de la finitud del ser humano, que hemos constatado durante estos últimos meses, nos ha permitido descubrir que no somos dioses y que necesitamos la ayuda y la gracia del Dios verdadero y de nuestros semejantes para crecer como personas y para dar pasos en la construcción de una sociedad más fraterna.
Los dioses del poder, del dinero y del consumismo compulsivo, a los que frecuentemente prestamos adoración, nunca podrán ofrecernos la felicidad y la salvación que ansiamos y esperamos. Solo la respuesta a las llamadas de Dios y la acogida cordial a nuestros hermanos nos permitirán renacer a una nueva vida dándole una orientación definitiva y plena de sentido.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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