El día 26 de julio, festividad de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Santísima Virgen y patronos de los abuelos, la Iglesia nos invita a tener un recuerdo agradecido para nuestros mayores por su generosa y humilde contribución a la estabilidad familiar, al progreso de la sociedad y a la difusión de la fe cristiana en la familia y en la sociedad.
El papa Francisco, consciente de la indiferencia y, en ocasiones, del rechazo de la sociedad actual hacía las personas mayores como consecuencia del influjo maligno de “la cultura del descarte”, nos invita a hacer una sincera reflexión que nos ayude a captar el verdadero valor de la ancianidad, pues una sociedad que no cuida o que abandona a sus mayores, olvidando su sabiduría o prescindiendo de la misma, es una sociedad enferma y sin futuro, porque le falta la memoria.
Este año hemos contemplado con profundo dolor e impotencia que los abuelos han sido los más afectados por la rápida transmisión del virus y por sus efectos maléficos. Miles de ancianos, además de experimentar la soledad y la imposibilidad de comunicarse con sus seres queridos debido a las normas sanitarias dictadas durante el estado de alarma, han fallecido solos en los hospitales, en las residencias y en sus propios domicilios.
Desde la comunión en el dolor con sus familiares, no podemos quedarnos con los brazos cruzados lamentando lo ocurrido. La dignidad de cada persona, el valor de la vida humana y el respeto a la misma por parte de todos, desde la concepción hasta la muerte natural, tendría que ayudarnos a revisar la experiencia vivida y a tomar las decisiones oportunas para que la elevada tasa de fallecimientos no vuelva a repetirse nunca.
Entre otras cosas, deberíamos cambiar nuestra mirada hacia los abuelos, contemplando el futuro juntamente con ellos. Las personas mayores no son solo el pasado, sino el presente y el futuro de la familia y de la sociedad. Por ello, debemos estar mucho más cerca de ellos para descubrir sus necesidades, escuchar sus sufrimientos, ayudarles a desarrollar sus capacidades y ofrecerles la atención sanitaria que precisan. Como cualquier ciudadano, nuestros mayores necesitan experimentar que su dignidad y sus derechos son reconocidos, valorados y respetados.
Conscientes del papel irremplazable de los abuelos, la Iglesia y cada cristiano, además de compartir sus soledades y sufrimientos, hemos de ofrecerles el consuelo del amor y del perdón de Dios, ayudándoles a mantener viva la esperanza en el presente y en el futuro. Apoyado en esta esperanza, os invito a todos los diocesanos a tener un recuerdo especial en vuestras oraciones, el próximo día 26, para que el Señor conceda su fuerza a los abuelos, devuelva la salud a los enfermos, conceda el descanso eterno a los que han muerto y colme de paz a sus familiares.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Monseñor Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza Guadalajara
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