El cristianismo, que es la religión del amor, del perdón y de la misericordia, en las últimas décadas es el grupo humano más perseguido del mundo. Además de los cristianos asesinados durante estos años por odio a la fe, otros 200 millones son perseguidos y 150 millones discriminados por sus convicciones religiosas.
Muchas personas, imbuidas de los criterios de la secularización, dominadas por la indiferencia religiosa y arrastradas por las ideologías del momento, consideran que la Iglesia católica no es amiga del hombre, sino un enemigo que es necesario destruir o, al menos, silenciar, para que su mensaje no resulte molesto y para que no se conozca su magnífica labor educativa y su servicio caritativo a los más necesitados.
Detrás de estos criterios, está la convicción de que la Iglesia católica es el grupo social organizado que ofrece un testimonio de amor y que no se deja arrastrar por el relativismo y por el pensamiento único. Con el propósito de ocultar la misión de la Iglesia, algunos grupos sociales callan sus realizaciones. Incluso llegan a afirmar que el cristianismo está acabado y que quienes se confiesan cristianos están incapacitados para adaptarse a los tiempos modernos. Esta mentalidad también se percibe en algunos cristianos que, por razones diversas, muestran su resentimiento contra la Madre que los ha engendrado a la fe y los ha tratado como verdaderos hijos.
Ante estas dificultades para el ejercicio de su misión, la Iglesia, amiga del hombre, sigue compartiendo las esperanzas y las tristezas de sus hijos y ofreciendo la salvación de Dios a todos. En plena comunión con las enseñanzas de su Maestro, continúa proclamando la necesidad de amar a Dios y al prójimo, como camino de felicidad personal y como medio para la consecución de una sociedad más humana y fraterna.
El papa Francisco, buen conocedor de los problemas de la Iglesia y del mundo actual, al pensar en la necesidad de impulsar la fraternidad universal entre todos los seres humanos, invita a los cristianos a volver la mirada del corazón a las fuentes de nuestra fe para perdonar sin condiciones y para no devolver a quienes nos insultan o desprecian los mismos comportamientos que recibimos de ellos.
Concretamente, dice el Papa: “Los creyentes nos vemos desafiados a volver a las fuentes para encontrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo, de modo que algunos aspectos de nuestras doctrinas, fuera de su contexto, no terminen alimentando formas de desprecio, odio, xenofobia, negación del otro. La verdad es que la violencia no encuentra fundamento en las convicciones religiosas fundamentales, sino en sus deformaciones” (FT 282).
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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