De una forma o de otra, hay señales de un despertar, de la persona, de la sociedad y de la Humanidad, deseando escapar del molde, de la armadura, o del muro en que estaba encerrada, como relata Robert Fisher, en «El caballero de la armadura oxidada».
La coraza física, mental e incluso espiritual que de algún modo limita, o dificulta el descubrimiento de quien somos, y en consonancia, también de nuestras vivencias, se basa en una gran mentira, ya que es producto de nuestra imaginación, como dijo Ghaitama Buda:“Yo soy lo que mi pensamiento ha elaborado sobre mí”.
El Universo, la Madre Tierra, y la Humanidad, cada uno a su manera, desde su origen, están empujando, -con días espléndidos y noches oscuras-, hacia la luz. Últimamente, ya en este siglo, se habla de una tendencia a pasar de la materia (y de lo material) a lo inmaterial y espiritual. Muchos indicios, hacen suponer que se está avanzando hacia una Nueva Humanidad y un predominio de la naturaleza espiritual.
Al haber pasado tantos siglos encerrados mentalmente en la dualidad artificial de lo físico-mental, -cambiante y caduco-, a lo intangible, -espiritual y eterno- hemos estado encadenados a la dualidad. El cuerpo que vemos, envejece, cambia y tiene fecha de caducidad, él, ha sido la armadura carnal del alma, imperecedera.
La psicología, la historia de los acontecimientos, la filosofía en general y los grandes maestros de las culturas más avanzadas, han intentado abrir horizontes infinitos al yo humano. Los Maestros de las grandes religiones, también. Pero, la gente menos instruida, en muchos casos, se ha acomodado mentalmente a lo práctico, a disociar el plano físico-temporal del plano anímico-espiritual-eterno. Y la mayoría de creyentes -de las distintas confesiones religiosas- sigue en esa dualidad. No identifican el aquí y ahora ni con lo eterno, ni con «el cielo en la tierra». Lo fían todo o lo esperan, -si tienen esperanza-, en el más allá, posterior a la muerte corporal.
Entonces, decir «yo soy», es estar vivo, de forma integral. Mentalmente la evolución de las razas, (la nuestra sería la quinta), partiría del predominio del aspecto físico al plano espiritual y consciencial. El proceso a la humanidad le ha llevado tiempo, pero hay que aceptar que no todos los humanos han evolucionado al mismo tiempo. Y también hay que aceptar y respetar, a quienes se encuentran en etapas, menos evolucionadas.
En todo casos, la naturaleza única, con que nacemos, no está dividida en dos partes, la física y la espiritual. El cuerpo físico no es la cárcel del alma de donde no podrá salir hasta que el cuerpo muera. Esa barrera que se ha levantado, consciente o inconscientemente, bien por enseñanzas antropológicas de la creación o porque según ciertos conceptos religiosos el cuerpo físico es fuente de pasiones, por lo que habría que luchar contra uno mismo, debe ser superada. Cuando se dice: soy «cuerpo y alma». Se introduce la dualidad, aquí y ahora.
Y ello a varios niveles. Una dualidad interna, de componentes, antagónicos y casi irreconciliables y un motivo constante de lucha contra uno mismo, para que el cuerpo siga al alma y no ella a la parte material. Y dualidad social: «el yo y lo mío», es distinto del «tú y lo tuyo». No habría empatía, sino más división y lucha «egoica», que reduce y encierra cada vez más al yo personal, en la cárcel carnal del alma. Sería intentar prevalecer sobre todo, olvidando a los otros humanos, a los animales y a la naturaleza. Y se intenta mantener el estatus en el tiempo, independiente de la edad, porque el «yo», niño, joven adulto o viejo, es el mismo. Y mentalmente es «el rey» de la creación.
Llevando la lógica del razonamiento hasta sus últimas consecuencias, nos plantamos en la misma frontera de Dios. Si seguimos pensando que somos el ser que el espejo nos devuelve, seguiremos en la mentira de la dualidad que nos muestran los sentidos. La última dualidad, entre lo humano y lo divino no pueden traspasarla los sentidos.
Pasos hacia la no dualidad y la unidad.
La transformación hacia la que camina el ser humano es redescubrirse en la no dualidad, en el desapego del yo abierto al otro-yo y la unión. Nuestra realidad y la realidad de todos, es la misma realidad, no dual. Las capacidades mentales se acrecientan y potencian al abrirse a los demás, al mundo y al espíritu.
Nadie descubre lo que es desde el ego, la autosuficiencia o el orgullo, sino olvidándose de sí mismo y, dándose. Quien hace algo por los demás (seres humanos, animales, naturaleza) termina encontrando lo mejor de sí mismo, hace felices a los demás, y encuentra otra forma de plenitud que además le hace feliz.
Parece contradictorio porque, primero hay que sosegar la casa, dejar de buscarse, (olvido de mi y de lo mío), quedarse casi a oscuras, «sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía«, como diría Juan de la Cruz, en «La noche oscura». Y entonces sucede lo inesperado: «Quedéme y olvidéme,/el rostro recliné sobre el Amado;/cesó todo y dejéme,/dejando mi cuidado/ entre las azucenas olvidado«.
El final del egoísmo (que es separación y dualidad alma y cuerpo), es también el fin de la dualidad social, (lo mío y lo tuyo) y el final de la dualidad espiritual (Dios y yo). Es la no-dualidad espiritual: Dios y el alma tendrían una misma esencia y un mismo ser. «Oh noche que juntaste /Amado con amada,/ amada, con el Amado transformada!». Unión-transformación.
Pero es preciso dejar claro que ese desapego, esa liberación, y esa transformación interior, no es un objetivo que uno se propone en su voluntad y lo consigue: «quise y me propuse liberarme y …lo conseguí». No es fruto del esfuerzo, personal. «Nadie consigue nada. Es un don gratuito que se recibe, donde tan sólo es necesaria una actitud, la disponibilidad a desprenderse de absolutamente todo«.
Llegar a la total libertad, que es unión íntima, no es fruto de un intento voluntarioso, sino de una donación total y una acogida generosa de la donación infinita.
Y sin embargo, paradójicamente, aunque Él, (Dios, el Creador, el Padremadre nuestro, o como se prefiera denominarlo) se basta a sí mismo, parece que prefiere seguir contando contigo y conmigo, y nuestras nadas o casi-nadas.
«Echarle una mano a Dios»
Ante la realidad actual, y la situación de deterioro que cada uno puede constatar, de hambre en el mundo -en general- y «las colas del hambre» en los países democráticos, me vienen a la mente dos anécdotas.
1ª) Cuentan que un grupo de estudiantes visitaba la Capilla Sixtina, pero un estudiante parecía indiferente a la belleza de la obra de Miguel Ángel. Alguien le indicó que se fijara en la perfección de la obra que allí podía contemplarse. El estudiante respondió despectivamente: «¡Es que yo soy de ciencias!» La pregunta es lógica: los de ciencias o quienes sólo aceptan las ideas o razonamientos demostrables científicamente, ¿tiene que atenerse únicamente a eso y excluir todo lo demás?
2ª) El médico y dramaturgo brasileño Pedro Bloch (1914-2004), en una de sus obras ofrece el diálogo con un niño en estos términos:
— ¿Rezas a Dios? —pregunta Bloch.
— Sí, cada noche —contesta el pequeño.
— ¿Y qué le pides?
— Nada. Le pregunto si puedo ayudarle en algo.
En base a ese diálogo, el español José Luis Martín Descalzo, escribió un hermoso comentario titulado: «Echarle una mano a Dios». Juzguen ustedes si sus palabras tienen o no vigencia en el momento actual:
«Y ahora soy yo quien me pregunto a mí mismo qué sentirá Dios al oír a este chiquillo que no va a Él, como la mayoría de los mayores, pidiéndole dinero, salud, amor o abrumándole de quejas, de protestas por lo mal que marcha el mundo, y que, en cambio, lo que hace es simplemente ofrecerse a echarle una mano, si es que la necesita para algo.
A lo mejor alguien hasta piensa que la cosa teológicamente no es muy correcta. Porque, ¿qué va a necesitar Dios, el Omnipotente? Y, en todo caso, ¿qué puede tener que dar este niño que, para darle algo a Dios, precisaría ser mayor que El?
Y, sin embargo, qué profunda es la intuición del chaval. Porque lo mejor de Dios no es que sea omnipotente, sino que no lo sea demasiado y que El haya querido «necesitar» de los hombres. Dios es lo suficientemente listo para saber mejor que nadie que la omnipotencia se admira, se respeta, se venera, crea asombro, admiración, sumisión. Pero que sólo la debilidad, la proximidad crea amor. Por eso, ya desde el día de la Creación, El, que nada necesita de nadie, quiso contar con la colaboración del hombre para casi todo. Y empezó por dejar en nuestras manos el completar la obra de la Creación y todo cuanto en la tierra sucedería».
Tal vez ahora que la Humanidad en general, temerosa por el virus y la pandemia, acaba de traspasar distancias astrofísicas y llega a Marte; y, mientras se incendian las calles desde instancias ocultas, pero de casi todos conocidas; y, mientras muchas personas mueren solas y algunos se aprovechan del miedo, sería oportuno preguntar como el niño brasileño, si se puede ayudar en algo o vamos a seguir, pidiendo que Dios nos resuelva los problemas, para poder trabajar o ir de vacaciones.
José Manuel Belmonte