Las ciudades como Sigüenza son necesarias, no solo como lugar bueno dónde vivir, también como fuente de paz, belleza y armonía. Recuerdo que, en mis años de estudios en el seminario mayor seguntino (hace ya de más de tres décadas), al atardecer de los días de exámenes finales del curso, me bastaba un paseo por la ciudad, subiendo por la calle Guadalajara a la plaza Mayor y recorriendo las Travesañas para calmar los nervios y apaciguar la mente sobrecargada.
Sospecho que estos efectos saludables tienen algo que ver con el arte y la belleza, quizás haya otras miradas más sabias y experimentadas que puedan encontrar razones para demostrar esta impresión mía.
Desde hace unos años, mis ojos, más acostumbrados a profundizar en las obras de los grandes maestros que levantaron nuestra ciudad, siguen encontrando paz en la contemplación del arte, armonía en las calles y la arquitectura, y belleza en la decoración y contenidos de los edificios.
Continuamente me sorprende descubrir detalles de belleza gratuita como los que ofrece el cantero coronando las almenas de las torres de la catedral con bolas, nos entrega el herrero forjando un dragón en el cerrojo de las puertas de las rejas del atrio, nos regala al escultor del monumental retablo de santa Librada tallando con perfección el pequeño adorno de la moldura situada a quince metros de altura, allí donde no alcanza la mirada, o tallando una pequeña María Magdalena, como si fuera toda ella un río de lágrimas al pie de la Cruz.
No sé si la paz, la belleza y la armonía son suficiente motivo para proclamar a nuestra ciudad patrimonio de la humanidad, aunque pienso que si Sigüenza no existiera solo por esto habría que construirla.
Julián García Sánchez, canónigo fabriquero de la Catedral de Sigüenza
Artículo incluido dentro del proyecto Letras Vivas Seguntinas con el que Sigüenza reivindica sus atractivos para convertirse en Patrimonio Mundial por parte de la UNESCO.
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