Desde hace siglos, la Iglesia dedica el mes de mayo a la veneración de la Santísima Virgen por su especial intervención en la historia de la salvación. Además de las gracias que siempre podemos alcanzar por la intercesión de María, las celebraciones del mes de mayo tienen que impulsarnos a dar incesantes gracias a Dios por habernos regalado una Madre que acompaña con su intercesión nuestra peregrinación hacia la casa del Padre.
En nuestros pueblos y ciudades son muchos los templos parroquiales y las ermitas dedicadas por nuestros antepasados a conmemorar alguno de los misterios de la vida de la Santísima Virgen. Las imágenes, pinturas y esculturas, que encontramos en ellos, nos hablan de las actitudes y respuestas de María a las llamadas de Dios. Estas actitudes de la Madre son auténticas llamadas e invitaciones para cada uno de nosotros.
Cada día de nuestra vida, pero especialmente en este tiempo pascual, María nos ofrece un mensaje positivo que todos necesitamos escuchar para renovar nuestra esperanza. En medio del dolor y del sufrimiento que a todos nos afecta como consecuencia de las informaciones relacionadas con el hambre, la pobreza, la transmisión del virus y la muerte injusta de millones de hermanos, Ella nos dice: no temas, Jesús ha vencido el mal. Con su muerte y resurrección, te ha librado del pecado y de la muerte eterna.
La contemplación de esta cruda realidad de sufrimiento no puede endurecer nuestro corazón ni hacernos caer en el desánimo. En medio de tantos males, escuchemos a María que nos habla de Dios, nos recuerda la victoria de la gracia sobre el pecado y nos invita a esperar incluso en las situaciones humanas más adversas. Ella nos enseña a abrir la mente y el corazón a la acción de Dios para mirar a los demás, especialmente a los abandonados, con los ojos del corazón, es decir, con misericordia, amor y ternura.
En nuestros días, muchos hermanos nuestros, sin hacer ruido y sin salir en los medios de comunicación, nos demuestran con su testimonio que no sirve de nada condenar y culpar a los demás de todos los males sociales, sino que es preciso responder al mal con el bien. Este modo de actuar, además de producir honda alegría a quien lo practica, tiene el poder de cambiar el corazón de las personas y de transformar la convivencia social.
Aunque las actividades y preocupaciones de cada día son muchas, todos necesitamos pararnos y escuchar la llamada de la Madre que nos invita a seguir a su Hijo, a crecer en amor y a practicar el bien. La asunción de las virtudes y actitudes de María en su relación con Dios y con los hermanos, hará más hermosa, más cristiana y más humana la convivencia y las relaciones entre quienes nos confesamos hijos de un mismo Padre.
Con sincero afecto y bendición, mi recuerdo ante la Santísima Virgen.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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