La Iglesia católica, en el cumplimiento de su misión evangelizadora, tiene el encargo de llevar la buena noticia de la salvación de Dios hasta los últimos rincones de la tierra. A partir de su experiencia de gracia y de pecado, puede comprender la belleza de la invitación al amor universal ente todos los seres humanos, pues para ella todo lo que les afecta a los hombres, sus alegrías y sus penas, tiene que ver con su misión.
En la relación con las restantes religiones, la Iglesia, a partir de las enseñanzas conciliares, valora muy positivamente la acción de Dios en ellas y asume todo lo que hay de santo y verdadero en las mismas. Además, considera con profundo respeto el modo de obrar y vivir de sus miembros, así como los preceptos y doctrinas que con frecuencia reflejan un destello de aquella verdad que ilumina a todos los hombres.
En este diálogo interreligioso, los católicos no podemos esconder que, sin la contemplación del Evangelio, perderíamos la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza y la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos todos perdonados y enviados. Si el Evangelio deja de resonar en nuestras casas, en el trabajo, en la política, en la economía, nos faltará la fuerza para defender la dignidad de nuestros hermanos y hermanas.
Como nos recuerda el papa Francisco, “para los cristianos el manantial de la dignidad humana y de la fraternidad entre todos los seres humanos está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge para el pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia el
primado que se da a la relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a la comunión universal con la humanidad entera como vocación de todos” (FT 277).
En este sentido es aleccionador el testimonio de los misioneros. Ellos lo han dejado todo para ofrecer a sus hermanos la alegre noticia de la existencia de un Dios inmortal, Creador y Padre, que nos acompaña con sus dones para que podamos participar de la vida eterna. Esta gran noticia tiene la fuerza de ofrecer esperanza, confianza y progreso integral a todos los hombres y pueblos de la tierra, sin exclusiones de ningún tipo.
De esta fe en el Dios de Jesucristo nacen las grandes llamadas a la paz, a la relación fraterna y a la solidaridad universal. Por eso, en la medida en que crezca y progrese el conocimiento de Dios creador y padre de todos, crecerá también la real posibilidad de acercamiento pacífico y solidario entre los distintos pueblos de la tierra y entre las distintas culturas.
Por eso, los misioneros son siempre los mejores mensajeros de la paz universal y del acercamiento entre todos los pueblos de la tierra. Ellos, antes de llegar al lugar de misión, con frecuencia, totalmente desconocido, saben por experiencia que la fe cristiana, vivida con sinceridad y autenticidad, es el camino adecuado para la consecución de la paz y de la unidad entre todos los hombres de la tierra.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
NOTA DE LA REDACCIÓN: EL HERALDO DEL HENARES acepta el envío de cartas y artículos de opinión para ser publicados en el diario, sin que comparta necesariamente el contenido de las opiniones ajenas, que son responsabilidad única de su autor, por lo que las mismas no son corregidas ni apostilladas.
EL HERALDO DEL HENARES se reserva la posibilidad de rechazar dichos textos cuando no cumplan unos requisitos mínimos de respeto a los demás lectores o contravengan las leyes vigentes.