El pasado 19 de marzo, festividad de San José, el papa Francisco convocaba a toda la Iglesia a celebrar un año dedicado a la acción de gracias a Dios por el don de la familia y a la súplica por su estabilidad. El testimonio creyente de san José en la familia de Nazaret debe ayudarnos a hacer una revisión de las relaciones familiares para valorar los muchos aspectos positivos de la familia y para encontrar soluciones a sus problemas.
Aunque Jesús solo tiene por padre a Dios, sin embargo, san José desempeña con dedicación, sacrificio y responsabilidad una plena paternidad en el cuidado y en la educación del Hijo de Dios. Los distintos acontecimientos de la vida de Jesús ponen al descubierto la dedicación paternal de san José en el cumplimiento de su misión, asumiendo con dolor la huida a Egipto y afrontando la pobreza.
Por su fidelidad a la Palabra de Dios y por el cumplimiento fiel de la voluntad divina, san José es un testimonio elocuente para todos los creyentes y para las familias cristianas. Su respuesta al ángel, cuando le pide que no tema acoger a María como esposa, nos permite entender que el abandono y la confianza ilimitada en la acción de Dios es el camino adecuado para actuar según su voluntad.
En nuestros días, la familia experimenta muchos problemas. Algunos suelen decir que pasa por una crisis permanente, provocada en gran medida por los criterios culturales del momento que fomentan el individualismo, favorecen el subjetivismo e invitan a encontrar la felicidad en el bienestar material, en la acumulación de dinero y en la búsqueda de la fama, olvidando las profundas necesidades del ser humano.
Si la familia es el espacio, en el que debe fructificar la comprensión, el perdón, el amor y el servicio a los demás, las familias cristianas deberían ser un testimonio luminoso del amor de Dios en medio del mundo. Ante el egoísmo y la búsqueda de los propios intereses, es urgente mostrar con el testimonio de las obras que es posible el amor verdadero, el amor fiel entre el hombre y la mujer, el amor generoso y fecundo. Ante la progresiva disgregación de la institución familiar, las familias cristianas tendrían que ser verdadero testimonio del Evangelio y don de Dios para los demás. Esto quiere decir que es imprescindible ofrecer a todos los miembros de la familia, especialmente a los padres, una buena formación en las virtudes cristianas para que experimente el gozo de practicarlas y transmitirlas a sus hijos en el hogar.
En esta educación integral de los hijos, los padres han de vivir con la convicción de que solo Dios podrá ofrecerles la luz y la fuerza que necesitan. Ante los problemas y crisis familiares, la apertura a Dios y la confianza en sus promesas serán alimento para el camino, fortaleza en la debilidad y seguridad en el amor para el cumplimiento de su misión, como lo fueron para san José en la atención a María y en la educación de Jesús.
Con mi bendición y sincero afecto, un cordial saludo.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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