A punto de colgar la bata blanca de forma definitiva este jueves 14 de octubre de 2021, este maño de pura cepa no olvida aquel 27 de julio de 1981, hace más de cuatro décadas, cuando llegó a Mandayona a bordo de su Dyane 6 azul metalizado para iniciar su carrera profesional a la aventura: ofrecerse para hacer unas sustituciones de médico rural por unas pocas semanas. Era su primera parada en una provincia en la que, como decía Camilo José Cela, todo el mundo pasaba pero nadie paraba. Con apenas 22 años, a falta de unos días para cumplir los 23, y recién licenciado en Medicina en la Universidad de Zaragoza, Ramón Bernadó Marrero conoció de primera mano los pueblos y la gente de Guadalajara. Durante los 40 años siguientes serían sus compañeros, amigos, pacientes, lectores, espectadores, oyentes…
En su familia no había habido antes ningún médico. Su padre, Fernando, era camarero y su madre, Clarita, se ocupaba de las tareas de casa. Ramón se crio junto a sus hermanas Clara y Pilar, sin más contacto con la medicina que las visitas obligadas ante cualquier fiebre o indisposición. Sin embargo, la repentina hemiplejia de su tía paterna Concha a causa de un ictus, extrajo en él su verdadera vocación: «El médico venía a verla a casa y de aquellas visitas me quedó el juego de los médicos con mi tía: yo también le pasaba consulta a ella. Para mí era como una muñeca de prácticas tamaño real».
Artículo de Roberto Mangas Morales
Con 17 años comienza la carrera de Medicina y se licencia con 22, unas semanas antes de cumplir los 23. No se lo piensa dos veces y a bordo de su Dyane 6 se viene para Guadalajara con sus compañeros Quique, Julito, Alberto y Luisito en busca de alguna sustitución veraniega de médico rural. Tras varias peripecias, ese mismo mes de julio cada uno de ellos la consigue: a Bernadó le toca en suerte Mandayona y su área de influencia: Villaseca de Henares, Castejón de Henares y Aragosa, lugar de grabaciones de Félix Rodríguez de la Fuente.
Agotada la sustitución y de vuelta a casa, meses después lo llaman para una interinidad algo más larga en Alustante, en donde permanece algo más de año y medio entre marzo de 1982 y octubre de 1983 atendiendo más de mil vecinos de la zona: Alustante, Alcoroches, Adobes, Piqueras y Motos. En este tiempo ejerce de ‘todólogo‘, como le gusta decir: desde atender un brote de sarampión que se dio en esa época en esa comarca, a vómitos, hipertensiones, diabetes, fracturas, etc.
Abandona temporalmente la provincia que le hizo experimentar las primeras prácticas médicas profesionales, para trabajar, también como médico rural, en Villar de los Navarros, un pequeño municipio maño entre Cariñena y Belchite, en la provincia de Zaragoza. Corrían los años 84 al 87 y ya vivía con su mujer, Elena, a la que conoció mientras ella estudiaba Magisterio y él Medicina, y su primer hijo, Fernando. Aquí nace su segunda hija, Marta. Durante un tiempo, vive de lleno la magia del mundo rural. «Practicar la medicina en el mundo rural fue de las cosas más fascinantes que he disfrutado en mi vida», asegura Bernadó. «La consulta es la propia casa del médico, por lo que no hay separación entre vida privada y profesional, tanto que siempre estaba de guardia y si decidía salir a pasear con Elena y los niños, tenía que dejar colgado un letrero en la puerta de casa en el que dijera por el camino que estaba paseando».
Sin dejar Aragón, pero cambiando de provincia, la familia desembarca en el verano del 89 en el municipio turolense de Orihuela del Tremedal, conocido por ser la cuna natal del periodista Federico Jiménez Losantos. «En esta época me doy cuenta de que lo que para mí era fascinante, ser médico rural, no lo era tanto para toda la familia, sobre todo para los niños pequeños, sobre todo por temas de escolarización y futuro, por lo que animado por otro amigo, decidí opositar para médico de prisiones, algo que me daría la oportunidad de trabajar en un gran municipio».
No solo aprobó la oposición, sino que obtuvo tan buen número de su promoción, que pudo elegir destino: el centro penitenciario de Madrid II, en la carretera que une Alcalá de Henares y Meco. Fue, hasta ese momento, su destino más longevo: desde 1989 a 2003, periodo en el que pasó por algunas de las vivencias más importantes de su vida: desde atender en su pequeña consulta penitenciaria a los nombres más conocidos del hampa nacional, como Laureano Oubiña a Sito Miñanco, o de la denominada ‘beautiful people’ carcelaria, como Mario Conde o Mariano Rubio, o a los más siniestros terroristas de ETA, como Josu Ternera; a ser víctima de un secuestro a manos de dos de los delincuentes más peligrosos de Madrid II: Luis Rivas Dávila y Francisco Javier Ávila Navas, dos conocidos kies con un conocido historial violento de fugas, secuestros y motines penitenciarios, que iniciaron un motín para exigir mejores condiciones carcelarias para su compañero Juan Redondo Fernández, otro conocido interno de amplio historial de violencia, motines y fugas. «El secuestro duró menos de 24 horas, pero pasé mucho miedo en algunos momentos, y, sobre todo, incertidumbre, porque Elena estaba en casa escuchando las informaciones que daba la radio y la televisión y sin saber cómo estaba yo. Eso fue lo peor».
Este secuestro, que tuvo lugar el día de san Valentín de 1990, acabó, afortunadamente, bien, sin que llegaran a intervenir los GEOs, tras una negociación de los presos con la entonces juez de Vigilancia Penitenciaria Manuela Carmena. No ocurrió lo mismo en otros secuestros y motines que ejecutaron esos internos en esa u otras prisiones, que acabaron incluso con tiroteos y asesinatos.
«Pero todo aquello no me tenía que afectar a la hora de atender como médico a los internos, que por cierto, todos me llamaban ‘don Ramón’, a pesar de que yo me presentaba siempre a ellos como ‘hola, soy ramón‘». Y es que, recuerda Bernadó, «aunque tengan sangre sobre sus espaldas, cuando están en prisión y tienen alguna dolencia han de ser tratados por un médico y no tienes que pensar en lo que ha hecho o dejado de hacer esa persona, solo atenderlo».
Aunque lo normal era que ni siquiera supiera qué había llevado entre rejas a la mayoría de sus pacientes, pues al no ser portada de periódicos desconocía qué condena les tenía allí, lo que sí recuerda es que la relación con todos ellos era buena y ellos respetaban bastante a ‘don Ramón’.
Luego se produjo un breve paréntesis en su etapa de galeno penitenciario. Entre 1994 y 1995, su amigo Miguel Mateo se lo llevó con él como subdirector médico del hospital penitenciario de Carabanchel, en Madrid. Mateo tenía el encargo del entonces biministro de Justicia e Interior José Alberto Belloch de cerrar este hospital y pensó en Bernadó, tanto en su figura como médico y como de ser la persona más adecuada para gestionar un tema tan sensible como el cierre de un hospital penitenciario.
Gestionado el cierre, en 1995, se le ofrecieron diversos cargos. Rechazó todos para volverse como médico de a pie de la prisión. «Seguir yendo a Madrid era muy penoso y económicamente me interesaba más volver a Madrid 2 como médico y poder hacer guardias. No tenía ningún interés en desempeñar cargo alguno», asegura Bernadó.
Aquí sigue hasta 2003, año en el que se le agudizan los problemas de espalda y es operado de la columna. Una mala intervención, con unos tornillos mal ajustados, le hacen volver al quirófano, pero nada queda igual y los dolores son insoportables, por lo que ante la imposibilidad de seguir ejerciendo al cien por cien su trabajo, se le concede la incapacidad laboral para esa profesión. «Era una incapacidad para esa función, pero podía dedicarme a otras actividades privadas, por lo que de la mano del director de Madrid II, Jesús Calvo, que presidía una Fundación privada, la Fundación Benéfico Social Cristo de la Paz, comienzo a impartir clases de auxiliar de enfermería, de geriatría, salud mental…».
Y dando clases se encuentra, cuando en 2004, su verdadera vocación, la medicina, le obliga a aceptar la oferta de su amigo, el director médico de El Vallés y La Antigua, Félix Calleja, de pasar una hora semanal de consulta en estas clínicas. «Tú aquí vas a triunfar», le dijo premonitoriamente Calleja. Y así fue. Poco a poco la consulta semanal se va convirtiendo en dos, tres… hasta que en 2009, justo el año que Calvo deja de dirigir la fundación, que pasó a manos del Opus Dei, es cuando decide dar por concluida su etapa docente y reintegrarse completamente, y no de forma parcial, a la práctica de la medicina. En 2010, ya con los nuevos dueños de La Antigua, una empresa asturiana, Bernadó comienza su turno diario de 8 horas diarias de consulta de Medicina General.
En todos estos años, también colaboró con la clínica La Concordia, que necesitaba de un revulsivo para no venirse abajo completamente. «Un amigo mío, Jesús Zurdo, uno de los socios junto a Ramón Goya, me llamó y me comentó algo que era vox populi en Guadalajara, que la cosa no iba bien, que pasara unas horas al día allí algunas tardes para atraer pacientes». Sin embargo, los problemas económicos que acuciaban a la empresa repercutían en pagos tardíos que nunca llegaban y Bernadó se centró exclusivamente en su consultas en La Antigua, donde ha conseguido crear una cartera de miles de pacientes -o amigos, como a él le gusta llamarlos- que no han dejado de crecer día a día, año a año. Su media de consultas diarias, entre 40 y 50, de 8,00 a 15,00 horas, dan fe de ello.
Así se ha mantenido la situación hasta este 14 de octubre de 2021, jueves, 40 años y dos meses y medio después de que, a bordo de un Dyane 6, llegara a la aventura en busca de un puesto de médico rural sustituto en la provincia de Guadalajara «para unas pocas semanas». «Aprovechando que mi mujer ha conseguido la jubilación en su trabajo en el Ayuntamiento de Alcalá, yo la he hecho coincidir para estar juntos». Dice Ramón que sus tres grandes pasiones en la vida han sido su familia, la medicina y el cine. «Ahora me dedicaré a las otras dos, a la familia y al cine», añade.
Sabe que será duro olvidar 40 años de ejercicio profesional de la medicina. De hecho, cientos de pacientes se lo están recordando estos días que, a modo de romería, pasan por su consulta, más que para recibir atención médica, muchos de ellos para despedirse o, incluso, pedirle que recapacite en su decisión. Incluso el gerente de La Antigua, Jorge Esteras, se lo ha pedido. «Muchos terminan llorando en consulta estos días y yo, que soy de lágrima fácil, lloro con ellos. Pero es un ciclo de mi vida que he disfrutado y que ya toca a su fin. La vida sigue y yo tengo que seguir».
Médico de quirófano portátil de festejos taurinos
La vida de Ramón Bernadó es un poliedro con numerosas caras, todas transparentes y todas visibles. Médico rural, médico de prisiones, cinéfilo (o como a él le gusta decir, cinéfago), médico de familia, recopilador de chistes y… médico taurino.
Aprovechando su vuelta a la profesión médica, allá por 2004, un amigo suyo, Jesús Serrano, dueño de una empresa de quirófanos móviles, le pidió ayuda para una tarde de toros: le había fallado el galeno que tenía contratado y necesitaba su sustitución urgente, ya que la normativa sanitaria es muy estricta con el número de profesionales que han de asistir a cada festejo taurino para evitar su suspensión. Bernadó , que no es aficionado taurino, «tampoco antitaurino», recalca, dijo que sí. Y a una tarde llegaron otras, y otras, y muchas más. Hasta que, en 2009, entabló una gran amistad con el cirujano del hospital de Guadalajara, Rodrigo Guijarro. Este traumatólogo dirigía además un equipo médico que era habitualmente contratado por numerosos ayuntamientos de toda la provincia para cubrir los festejos taurinos municipales, y allí que se quedó Bernadó hasta 2018.
«Había prometido a mi familia que solo haría toros hasta los 60 años». Y es que compatibilizar ambos trabajos no era fácil, desde luego. Aunque aprovechaba su mes de vacaciones para hacer estos festejos, muchos se solapaban con días de consulta de 8,00 a 15,00 en la clínica, por lo que al llegar la noche acababa completamente agotado. Más de 800 festejos entre encierros, capeas, recortes, novilladas, rejones, corridas mixtas… nada escapaba a su atención médica. Sobre todo contusiones. Pero también muchas, muchísimas cornadas, algunas de gravedad, que tuvieron que atender sobre la marcha antes de enviar al herido en una UVI móvil hasta el hospital de Guadalajara. «No he echado de menos esa vorágine», asegura Bernadó.
Cinéfilo o, mejor dicho, cinéfago
La tercera pasión de Ramón Bernadó, tras la familia y la medicina es el cine. Maño también como Luis Buñuel, director turolense por el que siente una profunda devoción, Bernadó vivió su adolescencia en plena Transición política española, cuando los cineclubs, las salas de arte y ensayo y las proyecciones de películas semiclandestinas en los colegios mayores estaban de moda. «Me volví un completo friki, como se dice ahora. No me importaba ir solo al cine, de hecho, me gustaba incluso ir solo al cine». Así fue forjando una vocación que se acrecentaría con el paso de los años.
Su paso de espectador a crítico se produjo de forma casual. «Como era muy chistoso, la gente me mandaba chistes para mi repertorio, por lo que para que no se me olvidaran, los fui apuntando. Un día, en 2009, mi hijo Fernando, que es informático, me abrió un blog para que los pudieran leer mis amigos. En diciembre de 2009, subí al blog holasoyramon.com la crítica de una película que acababa de ver, ‘Celda 211’, que parece ser que le gustó a un amigo que me llamó y me dijo que siguiera escribiendo más críticas, y así empezó mi blog a nutrirse de todas las películas que veía, ya fuera en el cine o en la tele. Ahora, tengo en mi blog casi 5.000 comentarios de películas y hace unas semanas he comenzado a escribir historietas de mi vida».
Poco después, EL HERALDO DEL HENARES le propuso una columna semanal de crítica cinematográfica y le abrió las puertas a festivales de cine como los de Sevilla, Málaga, Alemán, Italiano, Alcine, Fescigu… y, finalmente, el premio gordo, el festival de cine de San Sebastián. Acreditado por este medio en todos ellos, Bernadó viajaba puntualmente cada año a las ciudades donde se celebraban estos festivales y mandaba a diario al periódico una media de cuatro críticas de cine, una rueda de prensa y algún ‘cutrevideo’, como él los llama, pero que son verdaderas joyas costumbristas de análisis cinematográfico. Posteriormente, llegaron sus colaboraciones en EsRadio Guadalajara, Alcarria TV y Canal Guadalajara Media, colaboraciones que siguen hoy en día y que, tras su jubilación, promete incrementar.
«Un día, tras hacer cola para pagar religiosamente mi entrada en el Multicines de Guadalajara, se me acercó el gerente, Jesús Hernando, y me dijo que era el crítico de cine que más películas veía y que tras comentarlo con sus socios de Madrid, habían decidido darle una acreditación permanente para acceder siempre que quisiera a las salas. Y eso a pesar de que era muy duro con la mayoría de las películas que reseñaba, me dijo». Así hasta hoy, en que es capaz de ver, y criticar, de dos a cuatro películas diarias. Porque, como él dice, «más que cinéfilo, que también, soy cinéfago».
Bernadó, en estos doce años de crítico de cine, ha sido jurado en varios festivales y es miembro de la asociación de informadores Cinematográficos de España, AICE, y, en consecuencia, participa en la elección de los Premios Feroz que se otorgan desde 2014. Es también uno de los críticos que forma parte del comité de selección de los documentales en el Premio Arrebato de No ficción
Enhorabuena por el artículo, y un abrazo a mi amigo Ramón Bernardo, con el que compartí etapa profesional en Madrid, en épocas duras, tal como dice, pero de gran crecimiento humano para nosotros.