sábado , 23 noviembre 2024

‘Triptych: The missing door, The lost room y The hidden floor’, de Peeping Tom: “Bajada a los infiernos”

Cuando se ilumina por primera vez la escena y vemos la silueta de un hombre abatido, acodado sobre una mesita de té, inmóvil, en una postura más bien forzada junto al umbral de una de las múltiples puertas de un gran salón en penumbra, la primera imagen que se nos viene a la cabeza es la de Torvald Helmer, perplejo y conturbado tras el portazo con el que Nora -en Casa de muñecas-, abandona definitivamente el hogar conyugal. Pero a medida que la luz se va haciendo más intensa esa primera impresión se desvanece. Descubrimos allí mismo, a los pies del hombre, el cuerpo exangüe de una mujer -que no es Nora, – tendida impúdicamente sobre la tarima, un cadáver que el fámulo que entra enseguida en la habitación se apresura a retirar, arrastrándolo de una pierna, para volver a entrar provisto de un cubo de agua y una bayeta para limpiar los restos de sangre que han quedado en el suelo.

Pronto vemos que la bayeta cobra vida y se mueve frenéticamente por el pavimento  haciendo infructuosos los esfuerzos del criado por dominarla; el hombre se levanta tranquilamente, y como si no hubiera pasado nada se dirige hacia el sillón donde está su mujer, que ha reaparecido viva, hojeando una revista de moda. Toda la lógica de la progresión de la acción dramática y de un argumento en el sentido clásico del término salta por los aires. ¿O sólo se trata de una broma macabra? Él intenta quitarle la revista, sin conseguirlo; luego intenta abrazarla y en el forcejeo ella se queda paralizada sentada en su sillón descansando el pie derecho en el suelo y con la pierna izquierda levantada verticalmente hacia arriba en una postura inverosímil, como si se tratara de una muñeca articulada, arrojada al sillón por el capricho de una niña mimada.

Definitivamente no se trata de una obra de Ibsen; aunque el espacio que sugiere la escenografía bien pudiera ser el de un interior burgués propio de las obras del dramaturgo noruego. Luego descubriremos que no es sino un set de rodaje con grandes proyectores móviles que focalizan la acción y dirigen nuestra mirada. Pero para entonces, tanto la delimitación física, material, del lugar de la acción como los roles de los personajes (señores, criados, invitados, fantasmas del pasado, …) definen un microcosmos reconocible, el entorno familiar, cuya problemática ha captado la atención de Peeping Tom -la prestigiosa compañía belga responsable del montaje que nos ocupa- desde su fundación, hace ahora más de veinte años.

Pero ahí se acaban las similitudes. Gabriela Carrizo y Frank Chartier, directores artísticos del espectáculo, inician su exploración, si se me permite decirlo así donde Ibsen la dejó. (Vuelvo al dramaturgo noruego por agotar la analogía con una poética y un autor conocidos que he traído a cuenta al principio como patrón de comparación). A partir de aquí cualquier atisbo de realismo, de intencionalidad mimética se desvanece, el dinamismo de los cuerpos impelidos por una desbordante energía a explorar más allá de los límites conocidos del movimiento, de la acrobacia, del contorsionismo, casi, y el potente simbolismo de las imágenes hiperrealistas generadas por la concurrencia de la luz, el sonido y los cuerpos nos transporta a otro nivel de la percepción, a un universo onírico, al mundo del subconsciente, de lo reprimido, para revelar la cara oculta, el lado oscuro de la personalidad de los protagonistas, su ansiedad, su tortura, sus miedos más irracionales y sus deseos insatisfechos.

Ya en la primera de las tres piezas del tríptico se procede a una deconstrucción de la imagen idílica del acogedor salón burgués, centro de la vida social de la familia; con sus puertas cerradas, este lugar, del que parece imposible salir, -como les ocurre a los personajes del buñueliano Angel Exterminador-, transmite una inquietante sensación claustrofóbica, acrecentada por la presencia de una indefinible amenaza exterior y la incomunicación de los personajes, que parecen movidos por fuerzas incontrolables. En la segunda de las piezas,The lost room” la acción se traslada a un amplio y lujoso dormitorio enseñoreado por el tálamo nupcial, otro recinto emblemático en la vida familiar. Aquí la atmósfera se torna más y más perturbadora y pesadillesca. Incomunicación, soledad, encuentros frustrados, intromisión del llanto de un bebé inoportuno, … Los fantasmas del pasado, simbolizados quizá en esa estremecedora imagen de los muertos que se apiñan en el armario, los demonios familiares que es imposible acallar demasiado tiempo irrumpen en escena para no abandonarla más, hasta convertirla en una casa de los horrores en la última de las piezas (“The hidden floor”), un sótano infecto, inundado, donde se escenifican las desoladoras imágenes del “naufragio” de cualquier forma de convivencia, culminando con una indeleble imagen del espanto y de la locura, de cuerpos quemados, como petrificados por la lava hirviente de un volcán, arrojados a la basura. Una epifanía de cuerpos desnudos que evoca algunos pasajes de los frescos de la Capilla Sixtina, de Miguel Ángel, las visiones apocalípticas de las pinturas del Bosco o los círculos del Infierno de Dante.

Gordon Craig, 12-XI -2021

Ficha técnico artística:

Compañía Peeping Tom. Dirección: Gabriela Carrizo y Frank Chartier.

Con: Konan Dayot, Fons Dhossche, Lauren Langlois, Panos Malactos, Alejandro Moya, Fanny Sage, Eliana Atragpede y Wan-Lun-Yu.

Sonido: Raphaëlle Latini, Ismaël Colombani, Annalena Fröhlich y Louis-Clément da Costa.

Iluminación: Tom Visser

39 Edición del Festival de Otoño.

Madrid, Teatros del Canal.

Del 11 a 14 de noviembre 2021.

Acerca de Gordon Craig

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