Desde que en la Tierra nació un nieto, los lazos de sangre no han dejado de crecer. La vida humana llena de regalos los rincones del planeta y la alegría del corazón es la mejor medicina para cada familia y para el mundo.
Acabamos de pasar la Navidad, y algunas familias, -pese a las restricciones y los virus- han podido sentirse agradecidas de vivir y poderse reunir. Algunas, tal vez hayan tenido que desplazarse, pero han podido sentir la alegría de verse y el cariño de formar parte de una familia que es la suya.
Nietos, padres, abuelos y demás miembros, han entregado y recibido, al reunirse, el cálido afecto, en forma de abrazo y besos. Eso es mucho más que una inyección de vida que mejora su condición y da una fuerza especial. Sentirse humanos y queridos en familia es un chute de energía positiva.
Hasta los animales, que suelen estar presentes, convivir y formar parte de muchas familias, se alegran del reencuentro familiar cuando la familia acogedora los tiene. ¡Y lo manifiestan!
La alegría de un ser nuevo, un nieto, en la familia es siempre especial. Su estrella ilumina y trastoca todo y a todos. Gracias a todos, la familia sale adelante.
Los abuelos pueden vivir sin sus nietos, pero los nietos no desbeberían vivir sin sus abuelos, porque, aparte de ser un derecho, el amor, la sangre, la compasión y la sabiduría emana y fluye por esos cauces. Cuanto más se da más se recibe.
El mayor regalo de la Navidad, ni es el día de Reyes, ni son los regalos. ¡La vida, es muy generosa y lo demuestra!
En un mundo en el que todo se compra o se vende, los regalos a veces se «cosifican» si se aprecian solo por su valor económico o práctico. La importancia del detalle que surge y sale del corazón es el don que se dirige a lo esencial de cada uno.
Cuando se aprecia el cariño y la sensibilidad que supone desplazarse, ir a ver o conocer, acompañar, y saber quien cuida a quien y lo que se hace en la familia, todos se enriquecen. De ese modo, la visita y la acogida son gestos entrañables, que perduran en el tiempo por el afecto; los abrazos, las palabras y los gestos, envueltos en una sonrisa, se convierten en un regalo, valioso, personal e insustituible.
De algún modo todos, en ocasiones, somos visitados y visitantes, acogidos y acogedores, -cada uno en su familia-. Dado que se puede vivir en lugares diferentes o distantes, se aprovechan o se buscan ocasiones para acercarse y salvar las distancias, para evitar que el corazón se aleje. El silencio, el tiempo, la pandemia, el confinamiento y otras circunstancias, no ayudan mucho.
Cobran importancia por contraste, esas reuniones que nos hacen salir y acercarnos a los seres queridos, a los papás que han tenido un hijo; al pueblo o a la casa de los abuelos, que siempre nos esperan y por sus circunstancias personales les es más difícil desplazarse. Siempre generosos, suelen encontrar un momento para recordar alguna anécdota, alguna historia, de lo mucho que han vivido y trabajado para sacar adelante a su familia; también para darles algún capricho que recordarán al abuelo o a la abuela.
La historia y la familia se entrelazan. Merece la pena recordar algunos hechos, para saber que las dificultades, con esfuerzo y cariño pueden irse superando.
1) En la Amazonía, una población indígena, los Zoé, ocupan 669.000 hectáreas en más de 50 pueblos diferentes. Durante la pandemia, se organizaron en grupos de aproximadamente 18 familias. Aunque su movilidad se realiza por caminos, desde 2020 evitaron cruzarse con otros grupos, para no contagiarse.
Allí, gracias a una relación muy intensa de amor y respeto a su padre, el joven Tawy Zoé quería proteger a su padre del covid-19. No dudó en cargarlo en su espalda y se puso en camino durante 12 horas por la selva, hasta llegar a un punto de vacunación.
Esa era su fe en las vacunas. Y, ese gesto de valentía y de cariño ha dado la vuelta al mundo. Se ha hecho viral la foto que puede verse aquí. Así se protegieron.
2) Margaret Mead, antropóloga, investigadora y activista social norteamericana ( 1901-1978) ha sido posiblemente la mujer más influyente en el mundo de la antropología, y tal vez una de las personalidades más sensibles en el plano de la antropología cultural.
Cuentan, que «un estudiante le preguntó a la antropóloga cual consideraba el primer signo de civilización en una cultura». El estudiante esperaba que hablara del fuego, la pesca, la pintura, los cuencos de arcilla o piedras de afilar, pero no. Mead dijo que «el primer signo de civilización y de cultura antigua era el fémur roto y curado de una persona«.
Explicó que en el reinado animal, si te rompes una pata, mueres. Eso le impide huir del peligro, no puede llegar al agua para beber ni cazar para alimentarse. Ningún animal sobrevive a una pata rota lo suficiente para que el hueso se cure. «Un fémur roto que sanó es la prueba de que alguien se tomó el tiempo de quedarse con el herido, sanó la herida, puso a la persona a salvo y cuidó de ella hasta que se recuperó. Así que en esas estamos y por ahí va el progreso. «Ayudar a alguien a pasar por dificultades es el punto de partida de la civilización».
No somos mejores por vivir en el llamado primer mundo, el del consumo, el hedonismo, la fiesta, si falta la empatía y nos encerramos en nosotros o nos alejamos de los demás.
Los gobiernos y los medios, interesadamente o no, imponen restricciones, y con ello la dificultad o imposibilidad de ayudar a los demás incluso a familiares. Es hora ya de apreciar lo que tenemos, comportarnos como personas responsables y civilizadas y no como rebaño. Podemos tener más medios materiales, pero tal vez no más valores, si nos falta el valor.
Como señalaba la antropóloga, Margaret Mead, tenemos que ayudar al progreso de la civilización.
¡Tenemos que aprender de la historia y del mal llamado tercer mundo para valorar el nuestro! Y aprender también de los ejemplos altruistas y extraordinarios que se dan aquí y ahora.
3) En Mislata, España, un desgraciado accidente provocó heridas en los niños que jugaban en una atracción hinchable, al salir volando la estructura. Aunque fueron atendidos, a consecuencia de las heridas, posteriormente, hubo algún fallecido.
Es inimaginable el dolor de unos padres que de repente pierden a una hija. La familia de Vera, a pesar del inmensos dolor, se ha sobrepuesto y han hecho un gesto inmenso ofreciendo los órganos de su hija, para ayudar que vivan cinco niños que los necesitaban. Han añadido a su gesto, como si fuera su hija misma, las palabras y el deseo de ella, en un video: «Tengo cuatro años y me despido del mundo de forma trágica e injusta. Gracias por la fuerza que me habéis dado y el cariño a mis papás y tetes… y a los cinco amiguitos que ayudo a vivir con mis órganos, sed tan felices como he sido yo. Os dejo mi sonrisa para que no desaparezca«. En el video la niña se despide con un beso.
¡No en vano somos el país pionero en trasplantes! ¿El más generoso? Es difícil hacer comparaciones. Si se piensa en los demás, se descubren oportunidades de generosidad, más allá de las dificultades y el dolor. El recuerdo de que algo de ella vive en los demás, es un consuelo impagable e imborrable. La vida, que es un regalo y, la familia, superan los desafíos, los miedos, las guerras y creencias sobre la desaparición del ser humano.
José Manuel Belmonte