viernes , 22 noviembre 2024

Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara’Nuestra indiferencia los condena’

La pandemia provocada por la covid-19 está afectando a millones de personas en todos los rincones de la tierra. En los países ricos y en los menos desarrollados económicamente, las personas más pobres y vulnerables son las que están experimentando mayores dificultades para mantener sus puestos de trabajo y, por tanto, para colaborar con sus ingresos económicos al sostenimiento de la familia.

Cuando esperábamos una mejoría de las condiciones de vida de muchas personas, constatamos con dolor que la pobreza y las desigualdades se han incrementado debido a la crisis social, laboral y sanitaria. En muchos países de la tierra asistimos a un empobrecimiento generalizado en lo referente a la salud, a la educación, al incremento de la violencia y al aumento del hambre. Algunos estudiosos se atreven a afirmar que ya estamos muy cerca de los mil millones de hermanos hambrientos.

Además de los efectos de la pandemia, detrás de estas situaciones de pobreza, exclusión y falta de alimentos en nuestro mundo existe una falta de respeto a la dignidad humana y una economía sustentada en las ganancias que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras un grupo reducido de personas vive en la opulencia, “otra parte de la humanidad ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados” (FT 22).

Desde hace 63 años, los responsables de Manos Unidas nos vienen recordando que no podemos permanecer indiferentes ante esta cruda y dolorosa realidad. Es más, cada año nos invitan a colaborar con los proyectos de desarrollo integral, que promueven en distintos lugares del planeta, para transformar las estructuras que perpetúan las diferencias y para garantizar el derecho a la alimentación de todos.

Atilano Rodríguez

El papa Francisco, al contemplar la realidad de pobreza, exclusión y sufrimiento, en la que malviven millones de personas en el mundo, nos recuerda que hemos de superar la cultura de la indiferencia y renovar la esperanza: “La esperanza –señala el Santo Padrees audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza” (FT 55).

Para mantener viva nuestra esperanza en medio de las dificultades, además de elevar nuestra oración confiada al Padre común para que la dignidad y los derechos de cada persona sean respetados, hemos de trabajar con decisión en la consecución del bien común de la sociedad, poniendo a los pobres en el centro de nuestras acciones, viviendo la solidaridad para eliminar los obstáculos que les impiden tener una vida digna y colaborando económicamente en la medida de nuestras posibilidades con los distintos proyectos programados por los miembros de Manos Unidas.

Con mi sincero afecto y bendición, no olvidemos a los más pobres. 

Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara

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