La celebración del Sínodo Diocesano tiene que ayudarnos a todos a repensar constantemente la misión de la Iglesia, el significado de la sinodalidad y la vivencia de la comunión para avanzar con decisión y con nuevo ardor misionero hacia la consecución de una Iglesia verdaderamente sinodal.
El papa Francisco, en su intervención con motivo del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos decía: “Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que escuchar es más que oír. Es una escucha recíproca en la que cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, colegio episcopal, obispo de Roma: uno en escucha de los otros y todos en escucha del Espíritu Santo”.
El principio que debe regular la consulta sinodal a todos los miembros del Pueblo de Dios debe ser el antiguo principio de que aquello que interesa a todos debe ser debatido entre todos. No se trata de un simple proceso democrático ni de un planteamiento populista o de algo similar, sino de asumir que la Iglesia es el Pueblo de Dios y que el Espíritu Santo es el sujeto activo de su vida y misión en el mundo.
Esto nos permite descubrir que uno de los principales frutos del Sínodo Diocesano debe ser la convicción de que un proceso sinodal, en el que se toman decisiones pastorales, tiene que partir de la escucha atenta de las aportaciones y reflexiones de los hermanos. Solo así podremos comprender cómo y a dónde el Espíritu Santo quiere conducir a la Iglesia en cada momento de la historia.
La escucha fraterna entre unos y otros y, sobre todo, la escucha del Espíritu Santo tiene que ser el punto de partida y de llegada de una Iglesia sinodal. En la convivencia diaria y en las relaciones entre hermanos en el seno de la Iglesia es fundamental que nos escuchemos unos a otros y que todos nos pongamos a la escucha del Espíritu en la oración. Es el Espíritu el que nos recuerda todo lo que Jesús nos ha enseñado, el que nos impulsa a salir de nosotros mismos y el que nos conduce a la verdad plena.
Para ello hemos de recordar lo que ya nos decía el Concilio Vaticano II cuando afirmaba que todos los miembros del Pueblo de Dios participan de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo. Por su función profética, todos los cristianos tienen la responsabilidad de hablar en nombre de Dios y, por tanto, deben ser escuchados.
Escuchar el testimonio y la experiencia religiosa de todos los bautizados es fundamental para avanzar en la comunión y en la corresponsabilidad. Aunque hemos de estar siempre atentos al testimonio y a las vivencias de todos los cristianos, de un modo especial hemos de escuchar a los hermanos en las Iglesias particulares sobre los distintos aspectos de la misión evangelizadora. Este tiene que ser el camino del Sínodo Diocesano. Con mi sincero afecto y estima, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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