Durante los últimos decenios, Europa experimenta una profunda crisis sociocultural que está provocando, entre otras cosas, una crisis religiosa y de valores. El secularismo, las prácticas religiosas sin incidencia en los comportamientos sociales y la convicción de que los avances de la técnica y los descubrimientos científicos van a solucionar los problemas de la humanidad, están en el sustrato de esta crisis religiosa. Como consecuencia de ello, ha descendido el número de quienes se confiesan católicos.
Este alejamiento de la Iglesia de bastantes bautizados durante los últimos años no debe asustarnos. Al contrario, ha de impulsarnos a revisar nuestra responsabilidad personal, teniendo en cuenta que el Señor no nos abandona jamás y que, incluso en un ambiente poco propicio para la religión, podemos dar testimonio de nuestra fe.
En esta nueva realidad, el verdadero peligro está en el lamento ante los problemas del presente, en la nostalgia por lo vivido en otros tiempos o en la búsqueda de respuestas, desde nuestros criterios o deseos, para afrontar la nueva realidad. Jesús nos recuerda que también en tiempos difíciles podemos dar testimonio de Él.
Para asumir con fe y renovado ardor evangelizador estos tiempos de increencia y de indiferencia religiosa, tendríamos que revisar cuál es nuestra respuesta a la invitación de Jesús a ser discípulos suyos. ¿Nos quedamos en unas prácticas religiosas, aisladas de la vida? ¿Seguimos al Señor y aprendemos de Él? ¿Le ponemos como piedra angular y fundamento de nuestra existencia?
Cualquiera que sea nuestra respuesta a estos interrogantes, no deberíamos olvidar nunca que, en tiempos de crisis, son más necesarios que nunca los testigos convencidos y convincentes de Jesús y de su mensaje. Esto quiere decir que debemos dedicar tiempo a la escucha de la Palabra de Dios y a la meditación de la misma para descubrir en cada momento la voluntad de Dios y cumplirla.
La nueva evangelización, a la que los últimos Pontífices nos están invitando, exige de cada bautizado una profunda reflexión sobre el lugar que ocupa Dios en su vida. Nunca puede haber auténtica evangelización sin evangelizadores verdaderamente convertidos y convencidos por experiencia de que Dios, por medio del Espíritu Santo, es quien sigue guiando a la Iglesia hacia la Jerusalén celestial.
En esta nueva realidad, a la que somos enviados como testigos de la Buena Noticia, hemos de estar abiertos a lo que nos digan los demás sobre la crisis religiosa y sobre la respuesta que hemos de dar a la misma, pero, sobre todo, debemos escuchar y seguir las indicaciones del Señor, que continúa hablando en nuestros días mediante la constante actuación del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo.
Con mi bendición, feliz día del Señor
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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