Las celebraciones de la Semana Santa dan comienzo con la bendición de los ramos y la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Durante los días del Triduo Pascual, los cristianos hacemos memoria agradecida de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo y, mediante la acción del Espíritu Santo, actualizamos sacramentalmente estos misterios centrales de su vida en las celebraciones litúrgicas.
La palabra de Dios nos recordará que Jesús vivió estos últimos momentos de su existencia entre nosotros como vivió los restantes días de su vida. En todo momento manifestará su confianza ilimitada en la voluntad del Padre y su disponibilidad para cumplirla, sabiendo que no quedará defraudado ni abandonado. Esta fidelidad al Padre le llevará a permanecer obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso, el Padre lo resucitaría, lo sentará a su derecha y nos ofrecerá por medio de él la salvación.
La meditación de esta donación incondicional de Jesús tiene que impulsarnos a experimentar profundo dolor por nuestros pecados, dándole incesantes gracias por su amor sin límites. Es más, la contemplación de Jesús, que ha querido identificarse especialmente con los pequeños y abandonados, nos recuerda que todos debemos cuidar de los más frágiles de la tierra. En ellos estamos llamados a reconocer al Cristo sufriente, aunque esta visión no nos reporte beneficios tangibles e inmediatos.
Por eso, durante la Semana Santa, además de contemplar los misterios centrales de la vida de Jesús, hemos de poner también nuestra mirada en tantos millones de hermanos que, en distintos lugares del mundo, sufren o mueren a causa de la guerra, del hambre, de la pobreza y de la persecución por razones ideológicas o religiosas. Como nos dice el papa Francisco: “Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, a ser sus amigos, a escucharlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (EG 198).
De un modo especial, el día de Viernes Santo hemos de recordar en nuestra oración a los cristianos de la Tierra Santa. Debido a la suspensión de las peregrinaciones durante estos años de pandemia, los cristianos de la tierra del Señor han tenido que vivir en situaciones muy precarias y, en la actualidad, tienen serias dificultades para afrontar el futuro con esperanza. Si queremos que el cristianismo perviva en la Tierra Santa, en la que nació, vivió y murió nuestro Salvador, no dejemos de orar y de colaborar económicamente con quienes viven allí en la colecta por los Santos Lugares que tendrá lugar el día de Viernes Santo. De este modo, muchos hermanos no tendrán que emigrar.
María, la Virgen dolorosa, permaneció firme junto a la cruz de su hijo con una fe inquebrantable y participó después del gozoso consuelo de la resurrección. Que ella nos ayude a penetrar cada vez más en el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo para que así podamos dar testimonio de su amor y de su salvación a nuestros semejantes, mostrándoles con nuestras obras y palabras la alegría del Evangelio.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz celebración de la Semana Santa.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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