Muchas personas, incluso bautizadas, piensan que las grandes enseñanzas del cristianismo ya no tienen sentido en nuestros días y que han sido superadas por los criterios culturales del momento. Como consecuencia de esta visión, algunos hermanos abandonaron las prácticas religiosas y otros hacen verdaderos esfuerzos para acomodar los valores cristianos a sus propios criterios o a los criterios del mundo. Una de las grandes afirmaciones de la fe cristiana que bastantes bautizados niegan en nuestros días es la resurrección de Jesucristo y el envío del Espíritu Santo sobre los apóstoles y sobre los primeros discípulos del Señor. Sin pararse a escuchar la palabra de Dios y las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica, algunos se quedan con un Jesús puramente humano y, por tanto, sin el poder de perdonar y salvar.
Si hacemos una lectura sosegada de los textos evangélicos, vemos que el Espíritu Santo interviene y actúa en las grandes obras de Dios. Él es la fuerza de Dios, engendra la comunión entre sus hijos, derrama su amor en el corazón de cada cristiano para que pueda amar con los sentimientos de Cristo e impulsa a salir en misión hasta los confines de la tierra para dar testimonio de su muerte y resurrección.
Esto quiere decir que una auténtica vida espiritual, fundamentada en el amor de Dios y en la búsqueda de la verdadera libertad, solo es posible si el Espíritu Santo nos regala el amor divino y si lo acogemos en nuestro corazón para poder amar sin condiciones a nuestros semejantes. Donde está el Espíritu de Dios, allí está la verdad y la auténtica libertad de los hijos de Dios.
Si queremos vivir como discípulos de Jesucristo, tenemos que permitir que el Espíritu Santo nos renueve interiormente, que ilumine nuestros pensamientos y ensanche nuestro corazón. El compromiso social y político del cristiano resulta insuficiente, si en el mismo no se percibe el amor por el hombre, un amor que ha de alimentarse siempre del encuentro con Cristo y de la acción del Espíritu Santo.
La Santísima Virgen, transformada en su mente y en su corazón por la acción del Espíritu Santo, nos enseña a dejarnos conducir en nuestras actitudes, sentimientos y comportamientos por el Espíritu de Jesús. Por eso, la celebración de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles es la fiesta de la humanidad renovada y transformada por la acción generosa de Dios. Es la fiesta que nos ayuda a pensar en el final y a pedir la venida del Espíritu Santo para que transforme nuestros corazones y para que lleve la creación entera hasta la plenitud total.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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