El Espíritu Santo que, como nos dice la Sagrada Escritura, sopla donde quiere y como quiere, suscita y distribuye distintos y variados carismas entre los miembros del Pueblo de Dios. Estos carismas son dones o regalos que el Espíritu hace a las personas o a los grupos eclesiales para el bien de todo el cuerpo eclesial.
Para no equivocarnos en la valoración de los carismas, es muy importante hacer un discernimiento de los mismos, es decir, comprobar si son auténticos o no, si responden a fundamentos objetivos o si, por el contrario, son la manifestación de los gustos o de los deseos de cada persona. El papa Francisco señala que un signo de la autenticidad de los carismas es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo pueblo fiel de Dios para el bien de todos (EG 130).
En la medida en que un carisma favorezca la mirada del corazón al centro del Evangelio, su servicio pastoral será más eclesial, contribuirá a fomentar la comunión y la corresponsabilidad. Por eso, el Papa continúa diciendo: “En la comunión, aunque duela, es donde un carisma se vuelve auténtica y misteriosamente fecundo” (EG 130). El Espíritu Santo puede impulsar la diversidad y la pluralidad en el seno de la Iglesia y, al mismo tiempo, realizar la unidad. El problema se plantea en aquellos casos en los que cada persona busca la diversidad cerrándose en sus particularismos y exclusivismos. Cuando esto sucede, en vez de fomentar la comunión en el seno de la comunidad cristiana, se provoca la división, el enfrentamiento y el individualismo.
Por otra parte, cuando somos nosotros los que, consciente o inconscientemente, pretendemos crear y fomentar la unidad a partir de nuestros deseos y criterios humanos, con el paso del tiempo terminamos por imponer la uniformidad a todos. Esta forma de actuar no solo hace imposible el desarrollo de la comunión eclesial, sino que dificulta también la misión evangelizadora de la Iglesia.
En nuestros días podemos encontrarnos con cristianos que son magníficos creyentes en tanto en cuanto los criterios de los demás coinciden con los suyos. Cuando los criterios son distintos, en lenguaje coloquial, rompemos la baraja y suspendemos la partida. Si el otro coincide conmigo, todo avanza con paz y fluidez. Si esto no sucede, rompemos la comunión eclesial y nos quedamos tan tranquilos.
Detrás de este planteamiento está el propósito de buscar la propia voluntad y de hacer prevalecer los intereses personales sobre la comunidad. Si el carisma del otro coincide con el mío, vamos adelante. Si esto no sucediese, cada uno sigue su camino. En este caso, falta la humildad para ponerse ante Dios y descubrir su voluntad y falta la valentía para someterse al oportuno discernimiento de la Iglesia.
Con mi sincero afecto, feliz día del Señor
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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