El pasado día 29 de julio, solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo, el papa Francisco hacía pública una Carta apostólica dirigida a todo el Pueblo de Dios, con el título Desiderio desideravi (Con profundo gozo, he deseado). En dicha carta el Santo Padre recuerda el sentido profundo de la liturgia y de la celebración eucarística impulsada por el Concilio Vaticano II, invitando a todos a profundizar en la formación litúrgica.
El Papa no se plantea la publicación de un directorio con nuevas normas litúrgicas. Solo pretende ofrecer una meditación para ayudar a descubrir la belleza de la celebración litúrgica y su importancia en el impulso de la nueva evangelización. Para avanzar en esta dirección, invita a abandonar las polémicas suscitadas en los últimos tiempos sobre la liturgia y a permanecer juntos a la escucha del Espíritu Santo, para mantener la comunión y para seguir gozando con la belleza de la liturgia (n. 65).
De las reflexiones del Santo Padre, un aspecto que deberíamos tener especialmente en cuenta es que la liturgia y la celebración de la eucaristía no es un logro nuestro ni un fruto de nuestros deseos, sino el don de la Pascua del Señor que, cuando lo aceptamos con docilidad, transforma nuestra existencia: “No se entra en el cenáculo sino por la fuerza de atracción del Señor, que quiere comer la cena pascual con nosotros” (n. 20).
Para sanar la mundanidad espiritual que se ha introducido en el seno de la Iglesia y, por tanto en la liturgia, es preciso redescubrir la belleza de las celebraciones litúrgicas. Esto nos exige superar el “esteticismo ritual” y la “dejadez banal” en las celebraciones, confundiendo “lo esencial” con la “superficialidad ignorante”, “lo concreto de la acción ritual con un funcionarismo práctico exagerado” (n. 26).
Como propuestas concretas, nos invita a los obispos, presbíteros y diáconos a cuidar todos los aspectos de la celebración, como pueden ser el espacio, el tiempo, los gestos, las palabras, los objetos, las vestiduras y la música. Además, nos pide que celebremos la eucaristía teniendo en cuenta las normas litúrgicas establecidas por la Iglesia para no robar a la asamblea lo que le corresponde, es decir, el misterio pascual celebrado en el modo ritual que la Iglesia establece.
En todo momento, hemos de asumir que la acción litúrgica hemos de contemplarla siempre en el marco de la evangelización. Sin cuidar el anuncio, la celebración litúrgica y la vivencia de la caridad no hay verdadera evangelización. Estos tres aspectos deben estar íntimamente unidos en la acción evangelizadora. Una celebración que no evangeliza no es auténtica y un anuncio que no lleva al encuentro con el Resucitado en los sacramentos y a vivir la caridad es un anuncio estéril.
Esto nos obliga a profundizar en la formación litúrgica, descubriendo el sentido de los signos, para que la liturgia siga siendo la fuente y la cima de toda la vida cristiana y para que toda la Iglesia eleve en la variedad de lenguas una oración única e idéntica al Señor, que exprese su unidad, según el Canon Romano surgido de la reforma conciliar y establecido por los papas Pablo VI y Juan Pablo II.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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