La celebración de la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma a los cielos, es decir, en la integridad de su persona, es una magnífica ocasión para contemplar su fidelidad a la voluntad del Padre, para renovar nuestro amor filial a la Madre y para alabar al Todopoderoso por las maravillas que realizó en la “llena de gracia” y, por medio de ella, a favor de todos los hombres.
Los santos padres, al referirse al misterio de la Asunción, afirman que la Santísima Virgen es el arca sagrada, animada por el Dios vivo. Ella llevó en su seno al autor de la vida y descansa para siempre en el templo del Señor, no construido por mano de hombres. San Juan Damasceno llega incluso a decir que era necesario que “la Esposa que el Padre se había elegido habitara en la estancia nupcial del cielo”.
La contemplación de María y de su misión en este mundo nos brindan también la posibilidad de pararnos a revisar nuestra vida. La existencia de cada ser humano, con sus problemas y esperanzas, alegrías y tristezas, recibe luz de los comportamientos de la Madre de Dios en su relación con el Creador y de su destino de gloria. Su peregrinación por esta tierra y la meta de su existencia deben ser también los caminos que cada bautizado ha de recorrer y la meta a la que tiene que aspirar, ya en este mundo.
Cada ser humano, cada uno de nosotros, somos destinatarios del infinito amor de Dios hacía sus criaturas. Por eso, la escucha de la respuesta de María a este amor nos abre siempre a la esperanza de un futuro lleno de alegría. Es más, con su testimonio creyente, nos recuerda que la acogida de su Hijo por la fe, la permanencia en su amistad y la escucha de sus enseñanzas es el camino a recorrer para alcanzarlo.
Durante su peregrinación por este mundo, María vivió la preocupación por mostrar a Jesús a los pastores, a los magos y a los jóvenes esposos de Caná de Galilea como el único salvador de la humanidad. La Iglesia y cada uno de sus miembros tenemos la responsabilidad de mostrar a Jesucristo con obras y palabras a nuestros hermanos. Esto nos exige estar en Cristo y permanecer en su amor para responder con fidelidad y para esperar confiadamente la verdadera vida que nos ha sido anunciada y prometida.
Las peregrinaciones de tantos hermanos a los distintos santuarios marianos nos muestran que la Santísima Virgen, después de su Asunción en cuerpo y alma a los cielos, sigue actuando como madre buena en la Iglesia y en el corazón de sus hijos. Así lo enseña el Concilio Vaticano II, cuando dice: “Con su amor materno cuida de los discípulos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro y Mediadora” (LG 62).
Con mi sincero afecto y bendición, feliz celebración de la Asunción de María.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
NOTA DE LA REDACCIÓN: EL HERALDO DEL HENARES acepta el envío de cartas y artículos de opinión para ser publicados en el diario, sin que comparta necesariamente el contenido de las opiniones ajenas, que son responsabilidad única de su autor, por lo que las mismas no son corregidas ni apostilladas.
EL HERALDO DEL HENARES se reserva la posibilidad de rechazar dichos textos cuando no cumplan unos requisitos mínimos de respeto a los demás lectores o contravengan las leyes vigentes.