Hay ocho delineantes en la empresa y cinco de ellos son autónomos. Las primeras semanas trabajaban en sus casas, facturando por horas o por encargo terminado, asumiendo todos los gastos y la cuota, las liquidaciones trimestrales y los imprevistos.
Pero de un tiempo a esta parte se les ha pedido que, por las buenas o por las malas, se vengan a trabajar a la oficina, con su ordenador bajo el brazo, y pronto incluso con una mesa plegable y una silla de su propiedad, que ya les buscarán un rincón donde sentarse, porque la empresa pone las instalaciones, pero no puede hacerse cargo de la compra de ningún equipo fuera de los previstos para el personal fijo.
Además, está el tema del horario, y a los cinco se les exige jornada completa, hayan sido padres recientemente o no, por lo que ninguno puede acogerse al derecho de tener reducción de jornada.
Las mujeres, sobre todo, miran indignadas al resto de empleados, al de Contabilidad, que se marcha a las dos porque ha tenido gemelos, aunque ya hayan pasado muchos años y estén más grandes que su padre; o a la de Marketing, que sale a las tres, con derecho al comedor, porque llegó a un acuerdo con su jefe y las horas que le faltan las recupera en la jornada continua de verano.
En la cafetería se las oye despotricar indignadas, hablando de lo injusto de su situación laboral, y el doble rasero que se gastan los de Recursos Humanos para los que tienen contrato y los que están como ellas, con todas las obligaciones y ningún derecho.
Sin poder faltar cuando tienen que llevar a sus hijos al médico, o cuando no han pegado ojo en toda la noche porque el niño no ha dejado de llorar por los gases, los dientes o el oído. Y entonces comienzan a envalentonarse las unas con las otras y empiezan a relatar todas sus penas. Levantarse a las seis y llevar a sus hijos a la guardería cuando ni siquiera están puestas las calles; recogerlos a las tantas con la frustración de que el crío se agarra al cuello de la cuidadora como un koala, llorando con cara de terror ante esa desconocida que le abre los brazos y dice que es mamá.
Y las veces que no saben ni siquiera dónde han aparcado el coche, porque del estrés de traer y llevar al niño, cargar con el ordenador, la mesa y la silla, el traje de chaqueta planchado, el táper con la comida, la merienda para llevar a los niños directamente al parque, la compra, las extraescolares, las gestiones de bancos, multas, las notificaciones de Hacienda y las horas de cuadre de horario, hay ocasiones que no saben si vuelven o van, si se han dejado las llaves puestas en la puerta de casa o no aparecen las del coche… ¡aunque lleven una hora metidas en un atasco!