Jesucristo, nacido de las entrañas virginales de la Santísima Virgen, puso su tienda entre nosotros para mostrarnos con su testimonio de vida y con sus enseñanzas el amor incondicional del Padre a todos los hombres. Pero, al mismo tiempo, durante los años de su vida pública, se presentó como el camino seguro para que todos los seres humanos puedan volver, en comunión con él, al encuentro definitivo con el Padre.
La Iglesia, convocada por el Espíritu Santo, es un pueblo peregrino, es decir, está en camino por esta tierra hasta el fin de los tiempos. Este pueblo universal, que se hace presente en las distintas diócesis o Iglesias locales, camina con la mirada puesta en su Señor, desde la Pascua hasta su última venida con poder y majestad al fin de los tiempos.
Teniendo en cuenta nuestra condición de peregrinos, todos somos convocados a vivir la misión evangelizadora en la Iglesia y bajo el mandato de la Iglesia. Esta misión, por tanto, se realiza de manera conjunta, en comunión con los restantes miembros de la comunidad eclesial y no por propia iniciativa. Para ello, la Iglesia promueve el ejercicio de la comunión y de la corresponsabilidad entre todos sus hijos, tanto en las Iglesias locales como en la Iglesia universal.
De hecho, la profesión del mismo símbolo de la fe, la recepción de las conclusiones de los sínodos diocesanos y, de un modo especial, la recepción de los documentos publicados por los concilios ecuménicos en cada Iglesia particular, han servido para expresar y garantizar en todos los momentos de la historia la comunión en la misma fe profesada por la Iglesia, siempre y en todos los lugares de la tierra.
La insistente invitación del papa Francisco a la vivencia y al impulso de la sinodalidad – puesto que “la Iglesia es sinodal”- hemos de verla siempre como una urgencia para el cumplimiento de la misión. La vocación de la Iglesia y su identidad más profunda es la evangelización. El mismo y único Señor es quien nos convoca a todos los bautizados, desde el día de nuestro bautismo, para que seamos discípulos misioneros.
De la conciencia de esta convocatoria universal de los bautizados a la misión, del análisis creyente de la realidad y de la escucha atenta a la voz del Espíritu Santo, nace la exigencia de poner los dones, ministerios y carismas, recibidos de él, al servicio de los restantes miembros de la comunidad. Esto nos permitirá discernir y nos ayudará a recorrer los caminos que el Señor quiere que su Iglesia recorra para impulsar, renovar y orientar adecuadamente la acción evangelizadora en cada momento de la historia.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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