La Mosca es una versión libre del relato homónimo de George Langelaan sobre el inventor de una máquina teletransportadora. Sometido él mismo a la prueba, durante el proceso se fusiona con una mosca que se ha introducido inopinadamente en la cabina de teletransporte y termina convertido en un ser deforme, repugnante, capaz de desplazarse por las paredes con la agilidad de un insecto.
Sobre la base de esta mínima anécdota Valérie Lesort y Christian Hecq, los adaptadores del relato y artífices de dramaturgia y de la puesta en escena construyen una trama de mayor complejidad añadiéndole diversos elementos de conflicto que llevan la obra más allá de la mera reflexión sobre los peligros del abuso de la tecnología para convertirla en una caricatura tierna e inofensiva de la Francia profunda un tanto ignorante y pueblerina.
Para suavizar más el aguijón de la crítica, la obra se ha ambientado en los años sesenta. Robert, ya pasada la cincuentena, huraño, inadaptado, sin oficio ni beneficio y eternamente malhumorado malvive junto a su madre Odette a las afueras de la ciudad en una parcelita que alberga la destartalada roulotte que los cobija, un pequeño huerto y un tallerzucho de mala muerte en el que se pasa los días y las noches entregado a la que parece ser la pasión de su vida: construir una máquina teletransportadora. En la visita ocasional de Marie-Pierre, una vecinita del barrio que tampoco tiene pájaro que la cante, ve Odette la oportunidad de buscarle a su hijo por fin una pareja que le permita quitárselo de encima. Inexplicablemente Robert, -que ya ha probado, sin mucho éxito, la máquina con diversos objetos y con el perro de su madre- consigue convencer a Marie-Pierre de que se someta al experimento, en el transcurso del cual, un fallo eléctrico, dejará a la pobre Marie-Pierre disuelta para siempre en el éter. Pasados unos días y acreditada la “desaparición” de la joven, la presencia de un agente de policía que viene a investigar el extraño suceso imprime un nuevo impulso a la acción que ya camina imparable hacia el inesperado y luctuoso desenlace.
Toda la obra, deliciosa y enternecedoramente cómica y con un punto de humor tirando a negro, es una reivindicación de la dimensión artesanal del teatro frente a los excesos tecnológicos de las nuevas artes de la imagen y de la realidad virtual, empezando por la concepción misma del espacio escénico (a cargo Audrey Vuong), un decorado hiperrealista vintage construido con todo tipo de artilugios que parecen rescatados de un vertedero o adquiridos en el desguace o en una chamarilería; siguiendo por el espacio sonoro, lleno de chasquidos, golpetazos chirridos, chisporroteos, … y terminado con el trabajo de los actores, una búsqueda incesante de los elementos más primarios de la comicidad verbal y gestual, que en el personaje de Robert, a cargo de Christian Hecq, miembro de La Comédie Française, pero no solo, alcanza cotas de extremo virtuosismo.
En fin, una divertidísima y regocijante comedia de situación erigida sobre el contraste entre el agudo sentido de la realidad de una jocunda y sanchopancesca Odette, anclada en la más cruda cotidianidad y los desvaríos de Robert cuyo laboratorio y cuyos experimentos con su máquina diabólica son una delirante parodia de los amenazadores universos kafkianos, de las pesadillas de Murnau o de las más espeluznantes fantasías del doctor Moreau.
Gordon Craig. 10-II-2023.
Ficha técnico artística:
Versión libre del relato La mousche, de George Langelaan.
Théâtre des Bouffes du Nord.
Adaptación y dirección: Valérie Lesort y Christian Hecq.
Con: Christian Hecq, Valérie Lesort, Christine Murillo y Jan Hammenecker.
Escenografía: Audrey Vuong.
Iluminación: Pascal Laajili.
Madrid, Teatros del Canal. 8, 9, 11, 11 y 12 de febrero de 2023.