El Heraldo del Henares
El día 1 de septiembre celebrábamos la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación. Desde esta fecha hasta el día 4 de octubre, festividad de San Francisco de Asís, es el Tiempo de la Creación, es decir, un tiempo para pensar y revisar nuestros comportamientos con la preciosa obra de Dios que nos rodea y con los millones de hermanos y hermanas que, con nosotros, forman parte de la casa común.
El papa Francisco, en el mensaje publicado con ocasión de esta celebración, nos pide a los cristianos y a las personas de buena voluntad que asumamos la urgencia de la “conversión ecológica”. Este cambio de mentalidad, exigido por la palabra de Dios, tiene que impulsarnos a una nueva relación con la creación, contemplándola no como un simple objeto para el aprovechamiento personal, sino como un don sagrado del Creador para el bien de toda la humanidad.
Ante la progresiva degradación de la naturaleza, además de denunciar las políticas económicas de aquellos países que, olvidando el cuidado de la casa común, favorecen la acumulación de escandalosas riquezas por parte de unos pocos y el empobrecimiento progresivo de importantes grupos sociales, cada uno deberíamos tomar conciencia de la necesidad de buscar el bien común de la sociedad y la sostenibilidad del planeta.
Dios quiere que todos los hombres tengan vida y “vida en abundancia” (Jn 10, 10). Sin embargo, la realidad nos permite descubrir que unos pocos tienen vida y muchos viven en la marginación y en la exclusión social. Esto quiere decir que, en las relaciones sociales y económicas, hemos de superar la lógica del beneficio personal para actuar con la lógica de la solidaridad, buscando en todo momento el bien común. Más allá de la emigración forzada y de los sufrimientos de millones de hombres y mujeres, provocados por la sequía, la falta de agua y la explotación incontrolada de la naturaleza, está casi siempre la búsqueda insaciable de bienes materiales para el propio beneficio.
Estas actitudes egoístas e insolidarias, con sus secuelas de sufrimiento, hambre y muerte para millones de personas, deberían ayudarnos a revisar nuestros comportamientos con el cuidado de la casa común y con la protección del planeta. Es más, tendría que hacernos pensar con perspectivas de futuro, pues la utilización egoísta de la naturaleza y la explotación indiscriminada de sus recursos provocará graves dificultades para el desarrollo y supervivencia de niños y jóvenes en los años venideros.
Al mismo tiempo que elevamos la voz para denunciar estas injusticias, que afectan a tantos millones de hermanos, es preciso que actuemos con el máximo respeto a la casa común y que elevemos nuestra súplica al Dueño de la Creación para que nos ayude a valorar su presencia en medio de nosotros y a escuchar sus invitaciones a la conversión. Esto nos permitirá vivir como hermanos, anteponiendo el sufrimiento y el bien de nuestros semejantes a los intereses y gustos personales.
Con mi cordial saludo y bendición.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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