Vaya por delante que considero toda una proeza traer a escena a una figura hoy tan ignorada como Ortega y Gasset, aunque sea de manera indirecta, vicaria; situarse declaradamente a contrapelo del mainstream del pensamiento woke que impregna la cartelera y elaborar una propuesta original, que elude los caminos trillados y el tópico –“ese cloroformo”, para decirlo con palabras del propio Ortega- y traer junto a la diversión un poquito de reflexión a las tablas.
“Nuestra vida –escribe el filósofo– posee la condición radical de que siempre encuentra ante sí varias salidas, varias posibilidades ante las que hemos de decidir. Tanto vale decir que vivimos como decir que nos encontramos en un ambiente de posibilidades determinadas: las circunstancias” Pues bien, la obra que comentamos, puede decirse que desarrolla este pensamiento de Ortega, explicitado en La rebelión de las masas, una de sus obras más conocidas. Presenta a Joana, la protagonista, ante la disyuntiva de tener que deshacerse de varios volúmenes de una cuidada edición -precisamente- de las obras completas de Ortega y Gasset que había conservado durante más de veinte años, desde su etapa de formación en la universidad. Pero ahora, las “circunstancias” han cambiado. En vías de someterse a una operación para extirparse la matriz, está en medio de una crisis personal y decide –para cuando vuelva de la clínica- dar un nuevo giro a su vida y prescindir de algo que hasta ahora había considerado parte de su bagaje intelectual. En el lado opuesto está Óscar, su pareja, que en principio parece haber accedido de buen grado a los deseos de Joana, pero ante la sucesivas muestras de indecisión y de duda que acosan a ésta ante la perspectiva de deshacerse de los libros, comienza a darse cuenta de que también estos volúmenes, junto a otros de Freud, Hauser o Poe, han llegado a constituir parte de su idiosincrasia, de su identidad, y se niega a desprenderse de ellos. El dilema en que ambos se debaten –desprenderse o no de los dichosos volúmenes- llega a constituir una verdadera obsesión y desencadena situaciones verdaderamente delirantes, pletóricas de comicidad, de emoción y de incitaciones a la reflexión sobre las decisiones y las tomas de posición a las que tenemos que enfrentarnos a diario y sobre las dudas y la inseguridad inherente a todo vivir: “la inquietud -de nuevo, en palabras de Ortega-, a un tiempo deliciosa y dolorosa, que va encerrada en cada minuto si sabemos vivirlo hasta su centro, hasta su pequeña víscera palpitante y cruenta”. Y es que eso es lo que ha conseguido precisamente Karina Garantivá: llevar hasta su punto de ebullición esa situación, anodina en apariencia, que viven Joana y Óscar y convertirla en el desencadenante de un intenso y emotivo conflicto dramático.
El contenedor de basura con el que se abre y se cierra la pieza no deja de ser una metáfora de ese lugar escondido en nuestro interior donde vamos arrumbando ideas añejas, viejas ilusiones o sueños incumplidos, trastos viejos que, a veces, entregamos despreocupadamente al olvido, pero a los que nos aferramos desesperadamente en otras ocasiones, confiriéndoles incluso un valor mágico o taumatúrgico, porque han llegado a ser el soporte de nuestras magras certezas, los sillares donde se asienta, en equilibrio precario, inestable, el edificio de una relación duradera.
El espacio escénico, sencillo, de corte realista, el interior del exiguo apartamento donde residen los protagonistas, merced a una atinada ambientación musical y una iluminación efectista, se transforma, ocasionalmente, en un espacio onírico en el que se visualizan las pesadillas de Joana intentando desprenderse, con una violencia inusitada de las obras de Ortega o sus delirios literarios durante el estado de semiconsciencia en el que se ve sumida antes de la operación por los efectos de la anestesia. Ambos Ana Ruiz (Joana) y Alex Gadea (Óscar) derrochan frescura y entusiasmo en sus respectivos papeles. Destilan una rara familiaridad y cercanía y están convincentes tanto en las escenas más convencionales, en los ramalazos de absurdo que impregna algunas situaciones, o en los clímax en los que parecen poseídos por un genio maligno. Ella, más inquisitiva, apasionada, visceral; él más condescendiente, sosegado, reflexivo pero no menos expansivo en sus arrebatos de euforia. Y lo mismo cabe decir de Alberto Fonseca, aunque su desdoblamiento en múltiples personajes, figuras reales o de ensoñación, no le ofrece tantas oportunidades de lucimiento.
Gordon Craig, 10-IX-2023
Ficha técnico artística
Teatro Urgente
Dramaturgia: Karina Garantivá.
Con: Ana Ruiz, Alex Gadea y Alberto Fonseca.
Escenografía: Mariano Moya, Eduardo Manso y Ernesto Caballero.
Iluminación: Francisco Ariza.
Dirección: Ernesto Caballero.
Madrid, Teatro de Quique San Francisco.
Hasta el 15 de octubre de 2023.