La Iglesia, durante el tiempo litúrgico del Adviento, nos recuerda que hemos de prepararnos espiritualmente para recibir y acoger en nuestro corazón al Mesías de Dios. En este itinerario espiritual, la Palabra de Dios nos invita a meditar los anuncios proféticos de la venida del Salvador y la llamada a la conversión por parte del Bautista para recorrer nuevos caminos que hagan posible el encuentro con el Señor.
Pero, sobre todo, el Adviento nos presenta a la Madre del Salvador y Madre nuestra como la primera discípula de Jesús y, por tanto, como modelo de fidelidad a la voluntad del Padre. Con su obediencia radical al querer de Dios y con su firme esperanza a pesar de las dificultades, María puede enseñarnos a dar pasos seguros para madurar en la fe.
Hoy, sin darnos cuenta, podemos perder la orientación de nuestro camino en el seguimiento de Jesucristo. De hecho, observamos que muchos hermanos, arrastrados por la secularización de la sociedad y la indiferencia religiosa, sin rechazar o negar a Dios, viven como si realmente no existiese. Por eso, tendríamos que preguntarnos: ¿Es posible hoy recuperar y recorrer caminos hacia Dios?
Ante todo, tendríamos que comenzar por purificar nuestra imagen de Dios, abriendo la mente y corazón al Dios que, en Jesucristo, nos busca, sale a nuestro encuentro, nos ama y desea lo mejor para nosotros. Dios se hace hombre para atraernos hacía Él y para regalarnos su misma vida. Esto quiere decir que el camino para volver a Dios no puede ser nunca el miedo, sino la experiencia de su amor incondicional hacia nosotros.
Además, para dar pasos hacia Dios, tenemos que revisar nuestra conciencia para descubrir en dónde o en qué ponemos nuestra esperanza y nuestras preocupaciones. Puede suceder que estemos llenando nuestra existencia de cosas y que permanezcamos interiormente vacíos. Es más, podemos estar perfectamente informados de los últimos acontecimientos nacionales e internacionales por medio de las redes digitales y, sin embargo, no sabemos hacia dónde orientar nuestra existencia.
Para acercarnos a Dios, hemos de vivir con la inquietud de encontrar un sólido fundamento a la existencia. Esto quiere decir que, además de permanecer atentos a la construcción de los muros y del tejado de nuestra casa espiritual, hemos de asumir que lo más importante es construir el edificio sobre sólidos cimientos. Si no fuese así, las preocupaciones de la vida y los criterios del mundo nos alejarían del amor de Dios.
En la búsqueda de estos cimientos sólidos para nuestra vida, hemos de aprender a callar. Todos necesitamos el silencio exterior e interior para entrar en nosotros mismos y para penetrar en lo más profundo de la existencia. Si la persona permanece callada y en silencio interior ante Dios, antes o después podrá escuchar su voz y abrirse a Él. Ciertamente, es posible vivir sin horizonte y sin buscar nuevos caminos, pero, como nos recuerda Juan el Bautista, se pueden buscar nuevos caminos para el encuentro con Dios.
Con mi bendición, feliz tiempo de Adviento
Atilano Rodríguez, obispo administrador apostólico de Sigüenza-Guadalajara
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