El día 3 de diciembre comenzamos el Adviento. Durante este tiempo litúrgico, la Palabra de Dios nos invita a renovar la esperanza para celebrar con alegría desbordante el nacimiento de Jesucristo y nos recuerda que hemos de permanecer vigilantes ante la segunda venida del Señor con gloria y majestad.
Los seres humanos no podemos vivir sin esperanza. Pero, el problema surge cuando constatamos que aquellos bienes, que podemos alcanzar en este mundo con el esfuerzo personal o con la ayuda de nuestros semejantes, no pueden ofrecernos la felicidad que verdaderamente deseamos y esperamos, porque estos bienes son pasajeros y están amenazados por la muerte.
Durante la peregrinación por este mundo, las pequeñas esperanzas de cada día nos entretienen y pasan. Si somos sinceros con nosotros mismos, hemos de reconocer que estas esperanzas pasajeras no pueden colmar nuestras ansias de infinito y de eternidad. Es más, el camino de estas pequeñas esperanzas se cierra y oscurece cuando chocamos con la realidad de la muerte.
Esto quiere decir que nada de lo que podemos conseguir en este mundo puede ofrecernos la auténtica felicidad. Aquello que podría brindarnos una vida ilimitada y una felicidad permanente no está en nuestras manos el conseguirlo. Sólo la fe en Jesucristo, nacido en Belén, muerto y resucitado por nuestra salvación, nos da fortaleza y confianza para seguir esperando más allá de la muerte. Con esta esperanza en quien ha vencido el pecado y la misma muerte, podemos superar los sufrimientos y desengaños de la vida.
En las celebraciones de la Navidad, los cristianos somos invitados a revivir y actualizar sacramentalmente que Jesús ha querido hacerse uno de nosotros y que desea compartir nuestra condición humana para hacernos miembros de la familia de los hijos de Dios. Este amor de Dios a cada uno de nosotros es el que nos hace importantes y nos ofrece la seguridad de estamos invitados a vivir eternamente con Él y con su Hijo Jesucristo.
Durante el tiempo del Adviento, además de dar gracias a Dios porque, en Jesucristo, nos regala una esperanza que puede romper la barrera de la muerte y de la limitación humana, hemos de escuchar también las palabras del Dios compasivo y misericordioso que nos dicen que nuestra vida se prolonga más allá de la muerte física.
La vida permanente y la verdadera felicidad están más allá de nuestro alcance y superan nuestros esfuerzos. Con nuestras solas fuerzas no podemos esperar con verdad en el presente ni en el futuro, a no ser que nos conformemos con esperanzas limitadas y transitorias. Estas nunca podrán dar verdadero sentido a la existencia ni podrán satisfacer las ansias de vida sin fin que anidan en el corazón humano.
Con mi bendición, feliz tiempo de Adviento
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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