Cada año, el segundo domingo de Cuaresma, contemplamos el misterio de la transfiguración, que es un anticipo de la gloria, una prueba adelantada del futuro. Jesús desea fortalecer el ánimo de sus discípulos. Va acompañado del grupo más íntimo de sus elegidos: Pedro, Santiago y Juan.
Jesucristo, “después de anunciar su muerte a sus discípulos, les mostró en el monte santo el resplandor de su luz, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que, por la pasión, se llega a la gloria de la resurrección” (Prefacio del II domingo de Cuaresma).
El prefacio de la fiesta de la Transfiguración (6 de agosto) nos explica el sentido de la escena: Cristo “manifestó su gloria delante de unos testigos predilectos, y revistió con gran esplendor la figura de su cuerpo semejante al nuestro, para arrancar del corazón de los discípulos el escándalo de la cruz y manifestar que, en el cuerpo de la Iglesia entera, se cumplirá lo que, de modo maravilloso, se realizó en su Cabeza”.
Junto a Jesús aparecen dos figuras clave de la antigua alianza: Moisés, que representa la ley, y Elías, representante de la profecía. En ellos vemos el testimonio convergente de la antigua alianza. Todo el Antiguo Testamento (ley y profecía) se cumple y desborda en la Palabra definitiva del Padre.
Después de anunciar su muerte a los discípulos, Jesús les muestra el esplendor de su gloria para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección. Jesús se transfigura y en su vida humana se puede
descubrir la gloria de Dios que brilla en sus vestidos (“se volvieron de un blanco deslumbrador”).
Punto culminante del acontecimiento es la voz del Padre, que proclama: “este es mi Hijo, el amado; escuchadlo”. La presentación de la identidad de Jesús (el Hijo, el amado), va seguida de la exhortación a escucharlo; es decir, a oír su voz, a prestar atención a su vida y a su mensaje de salvación.
Es difícil escuchar cuando estamos aturdidos por tantos sonidos inquietantes, por tantas voces disonantes, por tantas palabras efímeras. La escucha asegura el sendero de la obediencia y preserva de la desidia de la desobediencia y de echar en saco roto la comunicación de Dios.
Se trata de una escucha activa y dinámica, que vence la tendencia a quedarse en la montaña, como consecuencia de una actitud interna paralizante: los discípulos “estaban asustados”.
Los discípulos todavía no estaban preparados para entender el significado profundo de las palabras de Jesús, discutían entre ellos “qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos”.
Jesús se transfigura para transfigurar a los suyos, para fortalecerles cuando llegue el escándalo de la cruz, para anticipar lo que se tiene que realizar en el cuerpo de la Iglesia y que se hace visible en Él, que es la Cabeza.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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