Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
La Semana Santa dura doce meses. Son meses de vida cristiana profunda y agradecida. Hay una intensa semana de ocho días de vivencia plena y de expresión sincera de la fe profesada, celebrada, vivida y orada, que se despliega a lo largo de todo el año. Porque contemplamos, celebramos, vivimos y damos testimonio de los misterios cruciales de la historia.
En Semana Santa se actualiza la narración de una historia de amor que pasa por la pasión, la cruz y la muerte, y desemboca en la resurrección, triunfo definitivo de la vida.
Los sacramentos, los oficios litúrgicos, los pasos y las imágenes, la oración, la música y el silencio hacen visible y palpable la historia de la salvación, desde sus comienzos hasta su plenitud en Jesucristo.
En Semana Santa la fe también se hace cultura, arte, misterio, celebración, plegaria, silencio, contemplación, música, aroma, fragancia, procesión.
En Semana Santa, las iglesias, las plazas y las calles se vuelven relato en vivo. El pueblo cristiano contempla y asimila la narración viva de los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
El pueblo, peregrino, actualiza su condición de pueblo caminante, donde lo que importa es recorrer juntos el camino de la vida, hacia el destino definitivo.
En la homilía pronunciada en Manila el 29 de noviembre de 1970, san Pablo VI dijo: “Debo predicar su nombre: Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo; Él es quien nos ha revelado al Dios invisible, Él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en Él. Él es también el Maestro y Redentor de los hombres; Él nació, murió y resucitó por nosotros”.
Siguió diciendo: “Él es el centro de la historia y del universo; Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; Él, ciertamente, vendrá de nuevo y será finalmente nuestro Juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra felicidad”.
Añadió: “Yo nunca me cansaría de hablar de Él; Él es la luz, la verdad, más aún, el camino, y la verdad y la vida; Él es el Pan y la fuente de agua viva que satisface nuestra hambre y nuestra sed, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el Nuevo Reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos”.
Jesucristo es el centro de la Semana Santa, el sujeto activo de la santidad de estos días y el objeto perenne de nuestro testimonio.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición
Julián Ruiz Martorell, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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