jueves , 21 noviembre 2024

Carta del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara: ‘Domingo de la divina misericordia’

Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.

En el año 2000, san Juan Pablo II dispuso que en el Misal Romano, tras el título del Segundo Domingo de Pascua, se añadiese la denominación «o de la Divina Misericordia».

Los cristianos somos llamados a vivir de la misericordia y a atraer con misericordia a los no creyentes; estamos invitados a saciarnos de la misericordia de Dios, y simultáneamente, a ser instrumentos activos de esa misma misericordia; a caminar hacia Dios y a ayudar a los demás a que también ellos entren en el camino que conduce a la Vida.

San Juan Pablo II escribió: «La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia –el atributo más estupendo del Creador y del Redentor– y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora» (Dives in misericordia, 15).

El Papa Francisco afirma: «La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, (…). (…) el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre» (Misericordiae vultus, 12).

Al final de nuestras vidas seremos juzgados sobre las obras de misericordia: “si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cf. Mt 25,31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración a nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos «más pequeños» está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: «En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor» (Misericordiae vultus, 15).

Julián Ruiz Martorell

La Virgen María es Madre de la Misericordia: «Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor» (Misericordiae vultus, 24).

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara

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